ANTONIO SPADARO | Director de La Civiltà Cattolica
“La tecnología se convierte en un modo ordinario que el hombre tiene a su disposición para expresar su naturaleza espiritual…”.
En 1964, Pablo VI, dirigiéndose al Centro de Automatización del Aloisianum de Gallarate (en la región de Lombardía, en el norte de Italia), dirigido por los jesuitas, usó palabras que, en mi opinión, eran de una belleza desconcertante. El Centro estaba elaborando el análisis electrónico de la Summa Theologiae de santo Tomás y también del texto bíblico.
Pablo VI dijo que el “cerebro mecánico viene a ayudar al cerebro espiritual”. Añadió que el hombre realiza un “esfuerzo al infundir en instrumentos mecánicos el reflejo de funciones espirituales”. Y prosiguió afirmando que, gracias a la tecnología, la materia ofrece “al propio espíritu un obsequio sublime”. El Papa escuchó cómo salía del homo tecnologicus el lamento de aspiración a un grado superior de espiritualidad.
El hombre tecnológico es el hombre espiritual. La tecnología se convierte en un modo ordinario que el hombre tiene a su disposición para expresar su naturaleza espiritual. Las nuevas tecnologías, por tanto, si se usan de manera sabia, “pueden contribuir a satisfacer el deseo de sentido, de verdad y de unidad que sigue siendo la aspiración más profunda del ser humano”, como escribió Benedicto XVI en su mensaje para la 45ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales en junio de 2011.
El creyente está llamado a un deber arduo: a no relegar la investigación científica a las “modas” (que reduce los instrumentos a dispositivos electrónicos) o a la “voluntad del poder” (que reduce los instrumentos a “armas”). ¿Cuál es esta tarea? Ofrecer una respuesta a la llamada de Dios a dar forma y transformar la creación.
El beato Juan Pablo II auspició en este sentido una “divinización” de la “ingeniosidad humana”. Lo hizo en mayo de 1989, en su mensaje para la 23ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.
En el nº 2.873 de Vida Nueva.