El crucifijo, crucificado

(Gabriel María Otalora– Correo electrónico) La sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que obliga a la retirada de los crucifijos de las escuelas públicas me ha hecho reflexionar sobre algunas cuestiones que subyacen tras esta polémica resolución judicial. Ya no estoy seguro de que la laicidad institucional (que aplaudo) no sea un ropaje que le viene estrecho al laicismo dominante en muchas de las decisiones que se están tomando en las más altas instituciones europeas y en algunos Estados.

No es difícil acordarse sobre qué pilares se ha construido la civilización europea: la Biblia por un lado y la racionalidad del mundo clásico de los griegos por otro, con una vocación clara de universalidad. Profetas y filósofos han trabajado el bien y la verdad como tensión permanente que ha supuesto vitalidad para el acervo humanista de Occidente, aunque, es justo reconocerlo, también se han bendecido grandes latrocinios apoyándose en estas bases. Nunca hay humanidad posible a base del sacrificio de millones de personas, singulares e irrepetibles, cuando se les condena a su deshumanización por un porvenir utópico que nadie verá; se llamen Cruzadas, colonialismo o cualquier materialismo como los de corte soviético. Pero cuando analizamos los extremos, y se ha llevado el ateísmo de Estado nacido de la Modernidad hasta sus últimas consecuencias, le pesan sobre su conciencia más inocentes que los de todas las religiones juntas.

Al final, es Nietzsche, sin duda, el ateo más consecuente, quien concluyó que si Dios (el de los cristianos) ha muerto, es el fin de la moral y, por tanto, nada impide dar rienda suelta a la más despiadada violencia y egoísmo. Él fue capaz de despojar de todo argumento moral a las críticas a los “superhombres” Stalin, Mao o Hitler. Y algunos no parece que se hayan desprendido de semejante estela cuando idolatran al consumismo materialista hasta sus últimas consecuencias, aunque con ello se ponga en peligro la supervivencia de este planeta.

En cambio, Reyes Mate nos recuerda en su espléndido ensayo La herencia del olvido que estamos obligados a seguir pensando a partir de la condición humana y no desde el mercantilismo u otros ídolos del momento. Porque si en algo se caracteriza la persona es por el dolor y por el sufrimiento individualizado, lo cual nos obligaría a no separar la razón o el pensar del sufrimiento; aunque sólo sea como respuesta a la pregunta que nos interpela quien padece un daño provocado por otro ser humano. En este sentido, la ética y los valores que conformaron la Unión Europea en el siglo XX tenían muy presente la responsabilidad (europea) y el carácter histórico de las desigualdades y miserias en cuanto que están cargadas de contenido moral y se reconocen como injusticias.

Todo esto, hoy, queda en un segundo plano porque los que mandan tienen depositada su fe exclusivamente en la ciencia (como los ateos decimonónicos) sin prestar la suficiente atención al hecho de que la mera razón técnica, carente de regulación moral, puede llevarnos a consecuencias catastróficas. Aquellos científicos que no se sienten comprometidos con la libertad responsable que ésta conlleva, pueden convertirse en un serio peligro para la humanidad. La ciencia del pensamiento implica el aprendizaje de la verdad de las cosas (avalado por muchos siglos), y desde aquí vemos cómo los problemas últimos no pueden ser resueltos sólo desde un conocimiento carente de toda espiritualidad. Y vemos cómo, frente a la aspiración íntima de ser buena persona, cabe anestesiar cualquier convicción moral. Es evidente. Por eso me pregunto si el hecho puntual de quitar los crucifijos es una consecuencia de la laicidad lógica de la separación entre Iglesia y el Estado, o se trata de otra muesca en el camino de desvalorización de la moral, sobre todo la religiosa, que guía los pasos de una Unión Europea cada vez más apartada de los pilares que le dieron vida.

A los que pensamos que lo importante no es tanto saber mucho como actuar bien, nos preocupa cómo se ha laminado del camino europeo el referente a Kant y a su incondicional deber moral. Qué decir del espíritu y mensaje de Jesucristo, que reciben las mejores zancadillas por falta de ejemplo de parte de sus seguidores del Primer Mundo.

En el nº 2.690 de Vida Nueva.

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