El dolor dobla la espalda, no el corazón

(Juan Rubio-Director de Vida Nueva)

Hace tiempo, desde que leí Danubio, vuelvo a Claudio Magris. Tiene en El infinito viajar, traducido hace poco al español, un artículo particularmente bello. Es breve y profundo; está cargado de ternura; toda una parábola pascual. Un padre, ajado en años, recorre con su hijo, ya metido en la cuarentena y con síndrome de Down, una exposición de cuadros colgada en Pedralbes. El padre va explicando con sosiego dulce y sereno. Ambos se bastan, como se basta el amor. Aquí la Virgen de la Humildad, de Fra Angelico; allí, el Retrato de Antonio Anselmo, de Tiziano, o el Retrato de una dama, de Pietro Longhi. Llegan al Retrato de Mariana de Austria. Se agacha y contempla el nombre del autor. Se levanta con rostro diáfano; se quita el sombrero y dice con solemnidad: ¡Velázquez! La cruda realidad no le ha doblegado el alma. Se embelesa ante lo sublime y se emociona ante la grandeza de lo bello. El dolor le ha doblado la espalda, pero no le ha doblegado la altivez del corazón. No le ha privado del gozo de hacer partícipe al hijo enfermo del don de la belleza. El dolor troncha, agría, empuja a la negación con quienes la suerte ha sido pródiga en dones. El gesto del anciano es regio, honesto, alegre y respetuoso. Sabe sonreír. Su grito es un grito pascual; un grito de vida, de negación del pecado. Lo leí viajando en avión, atravesando las nubes lluviosas. Una vez rebasadas, apareció el sol. Sólo una nube pasajera puede impedir la presencia del sol. La muerte y el dolor ya no impiden ver el amor. Es la Pascua en medio del dolor. Un grito alto, vivo, solemne, embelesado y lleno de vida el que sale de la boca del padre y se transmite al hijo, incluso en medio del dolor. Pascua de Resurrección.

Publicado en el nº 2.605 de Vida Nueva (Del 15 al 28 de marzo de 2008).

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