El hombre, misterio de Dios

(Alberto Iniesta-Obispo Auxiliar emérito de Madrid) El hombre es el único animal que copula cara a cara, en actitud de diálogo y de igualdad, mientras que los demás lo hacen de espaldas, con gesto de dominio y posesión.

 

Otra de las características propias de la naturaleza humana es su capacidad de experimentación y de inventiva. Desde el hombre de las cavernas hasta los científicos que trabajan en la Estación Espacial hay un inmenso abismo de progreso, mientras que los animales hacen cosas maravillosas, como la vida común de las abejas, pero siempre igual desde hace millones de años, movidos por la ley del instinto, que no pueden variar.

 

Esta indudable preeminencia sobre los animales tiene origen en la creación divina, haciendo al hombre a su imagen y semejanza. Pero Dios nos hizo un regalo mayor: nos dio la libertad. No quería que fuésemos, como los animales, unos robots perfectos, pero automáticos, sin capacidad para amar libremente, como el hombre, que puede amar por amor. Además, andando el proceso de la historia de la salvación, en la plenitud de los tiempos, nos hizo hijos en el Hijo; no criados a jornal, sino como los que trabajan en el negocio de papá.

Ese proyecto divino es admirable, pero tiene un fallo inexplicable, viniendo de Dios: la libertad es un arma de doble filo: el hombre puede hacer el bien por amor, pero también puede decir a Dios cara a cara que no, que no quiere hacer el bien o que quiere hacer el mal, haciendo estallar por los aires ese maravilloso y simbólico paraíso original, convertido en un infierno de muerte y corrupción, como ha ocurrido tantas veces. Y, sin embargo, todavía le quedaba a Dios otra herramienta milagrosa; el arrepentimiento y el perdón. El hombre es capaz de arrepentirse, de rehacer su mundo y su vida en el deseo, y Dios es capaz de volver a empezar siempre de nuevo, setenta veces siete, como le prometió a Jesús en la cruz. Y por nuestra conversión, en esta Cuaresma estamos preparándonos a renovar y actualizar en la Vigilia Pascual nuestro bautismo.

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