(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)
¡Albricias! ¡Fiesta de la vida! ¡Es la Encarnación del Señor! María con un sí balbuciente y el ángel arrodillado, de hinojos, postrado ante el vientre que ya es casa, cuenco, besana y surco; cobijo, santuario de Jesús. ¡Albricias! ¡Loado seas mi Señor por bajar al silencioso y sencillo vientre! Es la fiesta de la Encarnación el próximo 25 de marzo y los obispos españoles nos invitan a orar por la vida desde el vientre hasta el nicho; la vida en toda su riqueza. Dios se hace carne, se hace vida, se hace grandeza y pequeñez; ternura y caricia a la vez. Dios se hace sangre, carne, cuerpo, biografía, historia, camino y trayectoria. Dios se apunta en la fila de los hombres, se baja a su bajeza y se cuela en su grandeza. Un sí y una rodilla que se dobla y la Creación entera contempla cómo queda redimida y se estremece y adora y levanta la cabeza agradecida. Un canto a las criaturas en boca de Francisco de Asís. El lobo y el cordero; el cervatillo y la oveja. Y ahora también el lince. ¡Protegido por ley! Me hubiera gustado ver en las vallas publicitarias, junto al nombre de la Iglesia, y junto al niño que gatea, una estampa distinta al lince; una estampa que dejara ya de atacar, que sirviera para proclamar la grandeza de la vida que defendemos, una estampa que no sea mofa y escarnio. ¡El lince ha entrado en guerra! No es verdad que el lince esté más protegido que el niño. Una cosa es un símbolo y otra bien distinta un esperpento. Tampoco es una barbaridad como pretenden los del otro lado de la trinchera, molestos con todo. Es sólo un símbolo de márketing mal traído que no puede ocultar la defensa que la Iglesia hace por la vida; pero en guerra, lo más fácil es disparar al símbolo.
Publicado en el nº 2.653 de Vida Nueva (del 21 al 27 de marzo de 2009).