El martirio mediático del Papa

(Ramón Armengod– Madrid) La Divina Providencia, que tanto protegió a Juan Pablo II, sacerdote luchador si los ha habido, y le evitó la oleada de escándalo que hace crujir a la barca de Pedro, parece inclinada a llevar a Benedicto XVI, fino intelectual y gran teólogo, a un martirio mediático moderno: desde que comenzó su pontificado, privado del escudo wojtiliano, todo parece haberle estallado, desde la polémica con los islamistas, pasando por la descalificación de los anticonceptivos para disminuir los riesgos sexuales africanos, hasta el momento actual, en que la Iglesia católica parece capitanear la homosexualidad y la corrupción infantil mundiales: incluso cuando se atreve a escribir una Carta a los católicos de Irlanda, en la que se reconocen con humildad y bochorno las malas prácticas de algunos miembros de la Iglesia.

Los enemigos de la Iglesia católica se dedican ahora a exigir más de Benedicto XVI y a rebuscar en todos los medios nuevas verdades o mentiras convertibles en noticias escandalosas. La situación es de mucha confusión y oportunismo, y con tufillo diabólico, ya que el relativismo, las injusticias y las tensiones internacionales económicas incrementadas podían mejorar la posición del Vaticano con un papa capaz de escribir la Doctrina Social de la Iglesia, desde la teología pura y dura, en una situación en la que la ética del mercado libre y del liberalismo relativista del neoconservadurismo capitalista ha quedado fuera de combate: nunca hay que olvidar dónde nace la gran crisis económica y social de 2008: en los Estados Unidos.

Mi impresión es que se está haciendo pagar al Papa el mejor posicionamiento de la Iglesia católica en la sociedad desarticulada, en la que ha de producirse la gran mutación de la condición humana, desde la bioética, a través del aborto, de la eutanasia, etc. En todo esto coinciden neocapitalismo y un cierto socialismo que reivindica su progresismo, no buscando una mejor distribución de la riqueza (como hacían los socialistas del siglo XX), sino haciendo igual juego que dicho neocapitalismo, del que no es rival, sino cómplice.

Desde España, con nuestro régimen, más que Gobierno, no es difícil comprender y sentir toda esa nueva Alianza, tan poco santa… Ojalá del catolicismo español surgiese una fuerza que no se consumiese en rivalidades episcopales ni en conservadurismos fuera del tiempo.

En el nº 2.703 de Vida Nueva.

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