JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | No hay que temer a la avalancha de indigentes que llaman a las puertas de las iglesias en Navidad y llenan sus comedores sociales. Ellos, los pobres, estarán siempre con nosotros. Hace poco, en Madrid, a un cura se le ocurrió echarlos de su puerta dándoles un euro diario. Decía que no ayudaban a la estética.
No hay que temer tampoco a los recortes sociales con los que amenazan los políticos que nos han llevado a esta ruina, cuyas consecuencias las pagan los más pobres.
No hay que temer ni siquiera a quienes a cada instante meten el miedo en el cuerpo y se mofan de toda trascendencia, inflándose cada vez que descubren un escándalo de eclesiásticos, como si no tuvieran todos sus muertos en sus armarios (lean la prensa estos días, busquen, comparen y, si encuentran algo mejor, quédenselo, para ustedes). Hay cosas a las que no hay que tener miedo. Son simples tormentas de verano.
A lo que hay tener miedo es al “cansancio de los buenos”. Lo decía Juan XXIII, “el Papa Bueno”, que espera su turno de canonización, como si el milagro de una Iglesia abierta y renovada no bastara para elevarlo a los altares. Decía que una de las cosas que más le llenaban de miedo era el “cansancio de los buenos”. El día en que se cansen, habrá muchas cosas que se desmoronarán.
Es hora de reconocer su valor. Son muchos, de muchas edades y condiciones. Son el verdadero rostro de una Iglesia samaritana que trabaja en silencio y todo el año, aunque en estos días, la falta de noticias en algunos medios, los haga protagonistas de la actualidad. Curiosamente, a muchos no se les pregunta por las razones de su entrega solidaria. Se conforman con lo que se hace, pero no por qué se hace.
Es hora de reconocer su valor.
Son muchos, de muchas edades
y condiciones. Son el verdadero rostro
de una Iglesia samaritana
que trabaja en silencio y todo el año (…)
Se cansan muchas veces por la falta
de una mirada de reconocimiento…
Y en estos días de solidaridad y fraternidad miramos a mucha buena gente que deja tiempo, esfuerzo, dinero incluso, para echar una mano allá donde no llegan las ayudas de las administraciones. Son las gentes de Cáritas y de muchos otros colectivos que, desde la fe, o con ella titubeando, ayudan con su granito de arena para lograr hacer más humana esta sociedad en crisis. Hay que temer que se cansen, aunque como dijera el místico de Fontíveros, Juan de la Cruz, “el alma que anda en amor, ni cansa, ni se cansa, ni descansa”. Y no es mala fórmula esta.
Están ahí de pie, con orgullo y dignidad, dando y ofreciendo, con escasos recursos, pero con fraterno gesto que se derrama a raudales. A veces tienen que echar mano de lo poco y salir adelante con los muchos indigentes que hacen cola a sus puertas. Otros tienen que recibir las ayudas en un anonimato que no delate la miseria de muchos hogares en los que las dificultades han hincado fuerte el diente.
El cansancio de los buenos es algo que debemos temer. Se cansan muchas veces por la falta de una mirada de reconocimiento; por la escasa atención a su interior, que necesita ser alimentado; por la falta de respeto a sus muchas horas devanadas en el servicio. No necesitan homenajes ni colofones. Solo necesitan que la Iglesia aliente su esfuerzo y no lo desprecie en un deseo y afán de control enfermizo. Están ahí, en muchas ocasiones, antes que nosotros. Están desafiando con su actividad nuestra propia inactividad.
El día que se cansen los buenos, aparecerá en el horizonte una nube de utilitarismo ideologizante que helará sus corazones.
director.vidanueva@ppc-editorial.com
- A ras de suelo: Sangría de jóvenes españoles, por Juan Rubio
En el nº 2.782 de Vida Nueva.