(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“No hay nadie que sea completamente bueno, ni nadie completamente malo. ¿Qué va a prevalecer al final? Teniendo en cuenta el amor y la misericordia de Dios, hay que suponer con esperanza que nuestro Padre se agarrará a todo aquello que pueda defendernos en el juicio”
Cuentan que un día se presentó en la puerta del Cielo un buen hombre, aunque un poco borrachín. El examen de alcoholemia que allí mismo le hizo un ángel de la guarda del tráfico, daba positivo. San Pedro se oponía a su entrada, pero el hombre recurrió la presencia de san José, del que había sido siempre muy devoto. Cuando se vieron, se abrazaron muy calurosamente, y san José pidió a san Pedro que dejara entrar a tan buen amigo. San Pedro
se negó en redondo. San José dijo que si aquél no entraba, tendría que irse él. Pensando que aquello era un farol, san Pedro le contestó de mal humor que se fuera. Entonces, san José llamó a María: Arréglate, que nos vamos. Ella, como sumisa esposa que siempre había sido, se preparó para salir. Pero como reina de los ángeles y de los santos, todos se disponían para acompañarla en el viaje, dejando el cielo casi vacío. Ante lo cual, san Pedro tuvo que ceder, y el hombre entró, aunque renunciando a la bebida para siempre.
Dentro de su devota simplicidad y su discutible espiritualidad, de todos modos el cuentecillo nos recuerda el misterio de la salvación. Jesús hizo muy serias advertencias en este sentido, no siempre fáciles de acoplarse entre sí. ¿Quién no habrá dado muchos vasos de agua fresca –a mí me lo hicisteis-, o quién no habrá negado muchos favores que estaban en su mano –a mí no me lo hicisteis-? No hay nadie que sea completamente bueno, ni nadie completamente malo. ¿Qué va a prevalecer al final? Teniendo en cuenta el amor y la misericordia de Dios, hay que suponer con esperanza que nuestro Padre se agarrará a todo aquello que pueda defendernos en el juicio. De ahí también que nosotros no sólo no debamos juzgar a nadie, sino que ni siquiera podemos dar la cuenta de resultados de tan compleja operación.
Y como regalo, nos promete el Señor:
No condenéis, y no seréis condenados. ¡Menudo negocio!
En el nº 2.655 de Vida Nueva.