JESÚS SÁNCHEZ ADALID | Sacerdote y escritor
“Lo primero que ha cautivado del papa Francisco en sus primeras manifestaciones en público es su manera de hablar franca y comprensible, pero, al mismo tiempo, profunda…”.
El gran mandato de Cristo para sus discípulos de todos los tiempos es predicar el Evangelio a toda criatura. Leemos en Apocalipsis 14,6-7: “Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: ‘Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas’”. Ya fuera, pues, en el primer siglo o en nuestros días, esta es una tarea colosal debido a las barreras lingüísticas existentes.
Y para esta tarea encomendada, la Iglesia tiene una manera de comunicar y un lenguaje propio legítimo, válido, pero que no es el lenguaje de todo el mundo. Y sucumbe ante la tentación de utilizar categorías semánticas que muchas veces la gente no entiende. Los párrafos largos, el uso excesivo de frases subordinadas, estructuras pasivas y gerundios; el empleo de arcaísmos o locuciones latinas o las referencias teológicas ambiguas, que con frecuencia se utilizan, hacen muy difícil la comprensión del mensaje a las gentes sencillas.
En estos tiempos confusos, es, pues, necesario un esfuerzo para librar de su espesura al lenguaje de la fe; para expresar directamente que el cristianismo es fundamentalmente el anuncio universal de que Dios existe, que se preocupa y que nos conoce y nos ama; y no un difícil “sistema” europeo que no se puede entender o comprender.
Y es también importante que nuestras instituciones no se sientan como demasiado pesadas y lejanas. No podemos dar por supuesto que las personas que tenemos delante tienen el mismo concepto de Iglesia, de esperanza, de amor o de pecado que nosotros. Hay una humanidad creyente y otra no creyente, pero todos compartimos una cultura que se va haciendo universal. Por tanto, un mensaje sencillo, concreto, es muy importante.
No manifestarse adueñados de ninguna “Verdad absoluta”, sino seguros de la presencia interna del Espíritu Santo en nosotros, que no nos inmuniza contra nuestros propios errores, sino que nos guía constante.
Por eso, considero que lo primero que ha cautivado del papa Francisco en sus primeras manifestaciones en público es su manera de hablar franca y comprensible, pero, al mismo tiempo, profunda. Se le ve, sobre todo, con caridad y con un corazón de apóstol. Esta será su novedad y su gran arma.
En el nº 2.841 de Vida Nueva.