(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“El Reino de Dios sería incomprensible sin la historia sagrada y la historia pecadora que lo ha precedido y preparado entre Dios y los hombres, con nuestras miserias y sus misericordias”
Algunas veces, se oye la expresión yo perdono, pero no olvido, que suele sonar mal, como si se guardara rencor, lo cual es inaceptable desde el punto de vista cristiano, que nos manda no sólo perdonar de corazón, sino amar y ayudar al enemigo en lo que nos necesite.
Pero, bien entendida, esa expresión tiene también su fundamento, en cuanto que Dios no puede hacer que lo que ya ha ocurrido se borre de la historia, grande o pequeña; sería como pedir a Dios un imposible, que dos y dos sean cinco, lo cual no sería una perfección, sino un absurdo. En este sentido, también se podría afirmar que Dios perdona, pero no olvida. Un sanguinario y genocida puede convertirse con la gracia de Dios y ser no sólo perdonado, sino rehecho y mejorado, un santo, como san Pedro o san Pablo, pero siempre será ése que hizo aquello, y, así, dará mucha gloria a Dios, a su poder, a su misericordia y a su amor, como tantos conversos que luego fueron grandes santos.
La Iglesia conserva como oro en paño la vida de sus santos, la vida buena y la mala vida, hasta que les embistió de lleno la luz y la fuerza de la gracia, que a los demás nos sirve de ejemplo y esperanza.
En realidad, quien más, quien menos, todos hemos sido sometidos a esa labor de rehabilitación de la gracia de Dios sobre cada uno de nosotros, porque, curiosamente, uno de los principios de la Iglesia santa es que, dejando aparte a Jesucristo y a María, todos los cristianos somos, hemos sido o podemos volver a ser pecadores, como decía san Juan: si decimos que no hemos pecado, somos unos mentirosos.
El Reino de Dios sería incomprensible sin la historia sagrada y la historia pecadora que lo ha precedido y preparado entre Dios y los hombres, con nuestras miserias y sus misericordias. Creo que uno de los alicientes del cielo será disponer de mucho tiempo y de poca vergüenza para contar todas las historietas de nuestra historia.
En el nº 2.631 de Vida Nueva.