(Pablo Romo Cedano– Corresponsal de ‘Vida Nueva’ en México) El viento frío de invierno mecía las banderas de El Salvador, México, Francia y Naciones Unidas en las astas colocadas en la explanada, abajo del Castillo de Chapultepec, mientras los comandantes del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), representantes del Gobierno, de las fuerzas armadas de El Salvador y de los gobiernos mediadores y facilitadores, firmaban dentro del palacio los compromisos y acuerdos que posibilitarían edificar la paz en el pequeño y entrañable país centroamericano de El Salvador. Miles de exiliados salvadoreños y mexicanos, solidarios y preocupados, aguardaban afuera de las grandes instalaciones a que se hicieran públicas las resoluciones de la firma de paz. Era el 13 de enero de 1992, y la Ciudad de México se convertía en la sede de un evento histórico, que cambió la vida de un país entero.
Días después, el 1 de febrero, los comandantes de las cinco fracciones del FMLN caminaban por las calles céntricas de la capital dirigiéndose al Palacio de Gobierno a ratificar los acuerdos de paz. Atónitos, los habitantes de la capital, que durante años esperaron un acontecimiento semejante, no podían creerlo. La anhelada paz estaba llegando. Al fondo de la plaza, en el techo de la iglesia que forma escuadra con la catedral, cuarenta y cuatro cruces blancas testimoniaban el hecho y recordaban a la multitud los muertos acaecidos en los funerales de monseñor Óscar Arnulfo Romero, asesinado también por las fuerzas del orden del país centroamericano.
El fin de las hostilidades entre los ejércitos había llegado, pero se ha tardado 17 años en que la oposición venciera en unas elecciones. El pasado 15 de marzo de este año, Carlos Mauricio Funes Cartagena, periodista de profesión y líder representante de aquel movimiento guerrillero, ganó los comicios presidenciales, derrotando al histórico partido ARENA, el mismo que dio cobertura a la violencia y al saqueo del país durante muchos lustros. El nuevo presidente Funes llega en un contexto continental marcado por una larga historia de represión y dictaduras militares; y, pese a que en los últimos años los habitantes de esta parte del mundo han rechazado con sus votos los autoritarismos y las derechas militaristas, cabe recordar que El Salvador aún hoy tiene tropas de ocupación en Irak y su Ejército participa en constantes maniobras militares con las potencias occidentales.
Los comicios presidenciales de marzo ponen fin a una época de prácticamente absoluta impunidad de los crímenes de la cruenta guerra de los años 80, y se espera que finalmente se abran expedientes en contra de los genocidas que cometieron innumerables masacres contra el pueblo indefenso. De hecho, la llegada como vicepresidente de Salvador Sánchez Cerén augura no una “revancha” -como él mismo dijo en campaña-, sino un proceso de justicia, “ahora sí para todos”. Sánchez Cerén fue uno los que caminaron aquel 1 de febrero hacia el Palacio de Gobierno aún como jefe rebelde, conocido entonces como ‘Comandante Leonel’, dirigente del FPL.
En la memoria colectiva del pueblo salvadoreño están los nombres de innumerables mártires que la Iglesia ofrendó y que mezclaron su sangre con la del pueblo del país más pequeño de América continental. Está, por supuesto, monseñor Romero, de cuya muerte se cumplió el 24 de marzo el XIX aniversario, pero también están cientos de celebrantes de la Palabra, los jesuitas asesinados con Ignacio Ellacuría, Rutilo Grande y compañeros mártires, entre tantos cientos.
La Iglesia salvadoreña hoy “mantiene los grandes desafíos de siempre en la evangelización”, afirmó en fechas recientes monseñor José Luis Escobar Alas, nuevo arzobispo de San Salvador, y agregó que es indispensable poner en práctica los señalamientos de la Doctrina Social de la Iglesia”. Escobar Alas, que fue nombrado titular de la arquidiócesis salvadoreña en diciembre y tomó posesión de la sede el pasado 14 de febrero, felicitó a Funes como nuevo presidente del país, augurando un gobierno que priorice a los pobres. La encrucijada para la Iglesia es amplia y desafiante: la violencia es un tema fundamental, que los obispos del país han denunciado constantemente, como en su carta pastoral de hace un par de años; la migración es también asunto presente entre las preocupaciones eclesiales, pues, no en vano, la principal fuente de ingresos del país son justamente las remesas de salvadoreños que viven en México y, particularmente, en los Estados Unidos.
En el nº 2.656 de Vida Nueva.