(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid) Aunque el gobierno francés le haya concedido la Legión de Honor, aunque su Misa dominical aparezca en las guías turísticas de Madagascar, o, inclusive, haya estado en Madrid, a recoger un premio de la revista Mundo Negro, ¿cuantos conocerán al padre Pedro Opeka, un misionero argentino que trabaja en Akamasoa?
¿Y qué ha hecho ese padre lazarista? Pues convertir un basurero, donde los niños se disputaban con las ratas, los gatos y los perros los restos de comida, como era hace ya varios años, en cuatro barrios, limpios y alegres, donde viven dignamente 16.000 personas.
Pero el padre Pedro no solamente ha conseguido llenar el estómago, sino también de vida cristiana el corazón de aquella pobre gente. La Misa del domingo es todo un acontecimiento que dura tres horas, y nadie se queja ni se aburre. Minuciosamente preparada, afirma que, así, tres horas se pasan a la gente como un minuto, pero que si hay vacilaciones y desajustes, un minuto parecen tres horas.
Yo no le conozco personalmente, pero escuché en Radio Nacional una entrevista de casi una hora, que también a mí se me pasó volando, viviendo la experiencia del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, donde somos hermanos en el Espíritu Santo, miembros los unos de los otros, como dice san Pablo. Todos debemos vivir esa comunión afectiva y efectiva. No solamente compartiendo los bienes materiales, como ya se hace bastante, aunque no suficiente, por diferentes cauces de ayuda a las comunidades más pobres, sino también la comunión espiritual de la oración, que está al alcance de todos en cualquier momento. Jesús oraba por sus discípulos, y san Pablo lo practicaba asiduamente, como se refleja en sus cartas. Debemos reavivar y revivir esta hermosa realidad, este maravilloso tapiz que estamos tejiendo sin cesar con los hilos de la oración que se cruzan entre sí a lo largo del mundo.