JUAN MARÍA LABOA, sacerdote e historiador
Honrar a una persona con el cardenalato cuando ya no puede cumplir, por su edad, con su función específica, puede resultar paradójico, pero reconocer y honrar un espíritu y un talante, un modo de ser y actuar, de un modo gratuito y casi poético, constituye, en este caso, el reconocimiento pontificio de los méritos y actitudes de una parte importante de la Iglesia española durante la llamada transición de la Iglesia y la transición política y social de la comunidad española.
Fernando Sebastián ha sido y es, probablemente, el miembro más brillante de los Díaz Merchán, Yanes, Martín Descalzo, sacerdotes y laicos de todo orden que se esforzaron en favor de una Iglesia más autónoma, más religiosa y menos política, intelectualmente más rigurosa y más cercana a los sencillos, marginados y menesterosos.
Representaron en nuestro país la mentalidad de Juan XXIII, Pablo VI y el Concilio. Esa fue su gloria y su perdición. El cambio de mentalidad en la cúpula romana tuvo consecuencias claramente constatables en la Iglesia hispana, dando paso a los Suquía, Carles y Rouco en la dirección de la Iglesia. No olvidemos que nuestra Iglesia es la que menos ha conmemorado el cincuentenario del Vaticano II…
Tarancón confió en una ocasión a Sebastián que había propuesto a Roma su nombre para sucederle en Madrid. Don Fernando, menos cándido que el cardenal valenciano, le contestó risueño: “Está claro que ya no tengo ninguna posibilidad”. Esto explica una aparente contradicción: el obispo con más prestigio en el clero español, uno de los más respetados entre los creyentes, el permanentemente votado por una parte importante del episcopado, fue ninguneado en Granada, no pudo quedarse en Málaga y fue enviado a una metrópoli conflictiva y decadente, Pamplona.
Por otra parte, el obispo que más y mejor conocía los entresijos de la Conferencia Episcopal fue elegido por sus hermanos vicepresidente, pero no tuvo ocasión de estrenarse.
Francisco, que ha mostrado su estima y veneración por Juan XXIII, Pablo VI y el Concilio, y que conocía a don Fernando, ha mostrado su estima por la persona y por su actuación, y, eligiéndole cardenal, ha honrado su persona y cuanto representa.
En el nº 2.878 de Vida Nueva.
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