(Jesús Sánchez Adalid-Sacerdote y periodista) Si entendemos la política como aquello que tiene que ver con el bien común de la sociedad, inevitablemente, el cristiano tiene que ver con la política, con la convivencia y con los problemas en torno a la justicia, la verdad y la paz. Por una razón: porque el cristiano vive en sociedad. Y la Iglesia, comunidad del cristiano, no puede eludir lo político. Si lo elude, dejará al Evangelio en un lugar etéreo y ajeno a la realidad cotidiana. Prohibirle a la Iglesia dar su opinión sobre política, actualidad o ética sería expatriarla del mundo donde vive.
Pero muy diferente es la política como ejercicio del poder. La Iglesia no debe intervenir en la política partidista, ni la jerarquía eclesial buscar poder en la sociedad. Si no, se hará sospechosa, suscitará recelos y se distanciará de amplios sectores que otorgan a los partidos una confianza circunstancial, relativa. Por lo tanto, se debe evitar cualquier reflexión sobre la cuestión del poder, los partidos y el asunto electoral.
El clero no está llamado a gobernar la sociedad. Aunque deba preocuparse por ella, trabajando por la paz, el diálogo y la fraternidad. Sin que su tarea en este menester sobrepase la de animar a los cristianos para que, bajo su propia responsabilidad, estimen la importancia de la política y se interesen por el desarrollo integral de la sociedad.
Aun así, dada la enrevesada cuestión política española y la demagogia imperante, nuestra Iglesia tiene hoy otro deber más urgente que enredarse en la cuestión espiritual, nuestra misión radical de amor y la visión trascendente del ser humano. Es decir, mostrar que nuestro mensaje no pertenece –por así decirlo- a los trastos de la historia, sino que es necesario precisamente hoy. De forma recíproca, nuestro mundo laicista tornadizo, inconstante y diverso ha de darse cuenta de que la fe cristiana no es un impedimento, sino un puente para el diálogo, un servicio para el progreso, un valor esencial de nuestra cultura.
Publicado en el nº 2.600 de Vida Nueva (Cultura, página 45).