(José Luis Corzo– Profesor del Instituto Superior de Pastoral de Madrid)
“Nos parecía mejor nuestra obediencia y silencio, la designación cuasidivina y la veneración de la autoridad, el promoveatur ut removeatur (que ha encumbrado a tantos) y el no apelar a tribunales, defensa del que manda. Pero no era así. El ovni somos nosotros, por vivir como iguales sin llamar padre ni maestro a ninguno…”
Como un objeto volador no identificado, un ovni imprevisible, ha caído en la Iglesia esta novedad absoluta que nos obliga a mirar: no digo la pedofilia ni el derrumbe de los legionarios, sino que las leyes de la sociedad civil nos adelantan por la derecha en la autopista y nos dan lecciones; que nos sirven de sal, de luz y de fermento. Confieso ingenuo que yo creía que tapar era caritativo, que denunciar era malo, que criticar a los jerarcas malísimo, que aguantar mecha santificaba y que emular a los millonarios era dar eficacia a las obras de Dios. Nos asombró en el milenio que, por vez primera, Juan Pablo II pidiera perdón por la Inquisición y Galileo, cuatrocientos años atrás; pero hoy no cesa Benedicto XVI de pedir perdón por nuestros pecados en la Iglesia.
Huíamos del mundo y evitábamos llevarnos bien con él, no digo parecernos. Despreciábamos su democracia, sus parlamentos donde discutirlo todo y enfrentarse unos con otros, sus trapos sucios y destituciones fulminantes, sus periodos electorales para ganarse los puestos y conservarlos, sus mil tribunales donde recurrir constantemente y defenderse hasta del mandamás. Nos parecía mejor nuestra obediencia y silencio, la designación cuasidivina y la veneración de la autoridad, el promoveatur ut removeatur (que ha encumbrado a tantos) y el no apelar a tribunales, defensa del que manda.
Pero no era así. El ovni somos nosotros, por vivir como iguales sin llamar padre ni maestro a ninguno, por elegir al que sirve, no al conservador, por invitar a cenar al discrepante en vez de marginarlo, por la transparencia y el diálogo y una inmensa misericordia con cualquier víctima, sin odiar al verdugo, sino al delito. Por hacer como Él.
En el nº 2.709 de Vida Nueva.