MONTSE ESQUERDA | Borja Bioética-URL. PROSAC
Estos días se han llenado las cabeceras de muchos periódicos con una noticia sorprendente: la Iglesia habla de reconciliación y perdón.
Pablo VI definió nuestra época como de “ruptura entre Evangelio y cultura”, pero quizás hay otra ruptura: la de una Iglesia maestra-madre que ha sido demasiado maestra y ha olvidado que debe marcar el camino, pero debe también acompañar a personas que tomaron sendas erróneas, con consecuencias de heridas profundas, y que buscan la reconciliación.
Una Iglesia cercana a la fragilidad y la vulnerabilidad de las personas, de los errores cometidos, de las cicatrices de muchos corazones por esa “elección sufrida y dolorosa” y de la enorme fuerza que emana de poderse sentir reconciliado y perdonado por Dios. La misericordia de Dios no tiene límites, como recuerda el papa Francisco.
Amoris laetitia ya hacía referencia a una visión demasiado abstracta y artificiosamente construida, que lastra situaciones concretas y puntualiza la necesidad de “acompañar, discernir e integrar la fragilidad”.
Una Iglesia-madre que sabe reconocer lo que sus hijos no han hecho bien, pero también sabe dar ese abrazo infinito de perdón, no 7 veces: 70 veces 7. Un abrazo tan fuerte que transmite que “no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre”.
Zubiri, sobre nuestra época, hablaba de la ausencia por la pregunta por Dios: “El hombre actual se caracteriza no tanto por tener una idea de Dios positiva (teísta) o negativa (ateísta) o agnóstica, sino que se caracteriza por una actitud más radical: por ignorar que existe el verdadero problema de Dios”. Es curioso que en esta época de “ignorancia de Dios”, sea noticia una Iglesia que habla de reconciliación, amor y perdón. Y es portada con un mensaje viejo, tan viejo como de unos dos mil años de antigüedad…
Publicado en el número 3.013 de Vida Nueva. Ver sumario
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