JOSÉ MARÍA ARNAIZ, SM | Eso puede decir la Iglesia en América Latina ahora. Aparecida fue un nuevo comienzo del caminar de la Iglesia en el continente en este comienzo de milenio, y fue bueno. Este año el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) celebraba su Asamblea electiva y programática en Montevideo. Fue una estupenda continuación. Estuvo marcada, como se escribió en su día, por “la comunión, la participación, la interacción, la propuesta y la generosa colaboración”. Los resultados de las elecciones lo evidenciaron, y el plan de acción para el trienio, también.
Y ese espíritu lo notamos en las bases: hay menos obsesión dogmática y más apuesta por una respuesta pastoral a los retos reales de las Iglesias particulares y de la región. Están emergiendo nuevos liderazgos eclesiales que tienen ganas de proceder con y yendo a lado de la gente, y no tanto delante y a veces solos. Quieren aunar, construir, edificar, acompañar.
La Biblia se está convirtiendo en Palabra de Dios y, sin dejar de ser palabra para los hombres y mujeres, comienza a marcar el paso y el ritmo de la vida eclesial; se están haciendo opciones pastorales de mucha transcendencia: la de los jóvenes, con la inminente ‘Misión Joven Continental’; la importancia que se da a la educación.
Hay una gran apertura a proyectos comunes, y se reciben con mucha receptividad propuestas evangelizadoras y de desarrollo humano que sean claras, abiertas, profesionales, eclesiales y con ganas de estar muy presentes en el mundo. Se está tomando conciencia de que una Iglesia sin un laicado responsable, auténticamente participativo, bien formado, activo, no irá muy lejos. Hay voces que se están convirtiendo en clamores: la de los indígenas, los afro, los migrantes, las víctimas de la violencia.
Importante, también, cómo está tomando conciencia de sus signos de vitalidad sin olvidar lo que bloquea la vida de nuestras comunidades cristianas. La Iglesia de un continente, de un país o de una diócesis que no es capaz de ponerle nombre a esos signos de vitalidad no tiene ningún futuro.
Al mismo tiempo, llegar a esta conciencia le debe llevar a concluir que está bien, que está siendo bendecida por el Señor. Pero que puede estar mejor; y no mañana, sino hoy. Para eso, tiene que darse un presente que tenga futuro. En ello está la Iglesia de América Latina y El Caribe.
En el nº 2.782 de Vida Nueva. Número especial Navidad–Fin de año 2011