(+ Amadeo Rodríguez– Obispo de Plasencia)
“La Iglesia católica tiene el deber histórico de cooperar en la construcción de la nueva Europa con los valores cristianos. Y para estar a la altura de esa responsabilidad, necesariamente ha de recuperar el aliento misionero con una nueva propuesta del Evangelio que inspire el latido común del corazón de esta comunidad”
La presidencia de turno de España de la UE nos hace mirar con ojos especiales hacia nuestra vieja Europa. Aunque con dificultades y mucha fragilidad, poco a poco va creciendo la conciencia de que somos una comunidad con muchos intereses compartidos. Europa es, desde luego, un gran proyecto, en el que, si bien prevalece el mercado, también se quiere fundamentar en nuevos valores. Pero, por desgracia, en ese proyecto comunitario no se están teniendo en cuenta los valores, los criterios y las raíces que construyeron nuestra historia común, en la que se apoyaron los padres de esta Europa comunitaria; pues para ellos no todo era el “carbón y acero”.
La Iglesia católica tiene el deber histórico de cooperar en la construcción de la nueva Europa con los valores cristianos. Y para estar a la altura de esa responsabilidad, necesariamente ha de recuperar el aliento misionero con una nueva propuesta del Evangelio que inspire el latido común del corazón de esta comunidad de países, que históricamente respiraron su fe con dos pulmones. Ya el Siervo de Dios Juan Pablo II propuso, en la exhortación postsinodal Ecclesia in Europa, el primer anuncio y una sólida educación cristiana, como las claves, en la situación actual, de un gran proyecto pastoral común a todas las Conferencias Episcopales europeas. En esa tarea no se parte de cero; al contrario, se evangeliza para avivar la fe en la que todo se construyó. Como dice Benedicto XVI: “Cuando Europa escucha la historia del cristianismo, escucha su propia historia. Sus nociones de justicia, libertad y responsabilidad social, junto a las instituciones culturales y jurídicas establecidas para defender esas ideas y transmitirlas a las generaciones futuras, están plasmadas en su herencia cristiana”.
En el nº 2.692 de Vida Nueva.