Europa, la casa común

Francisco Juan Martínez Rojas, delegado de Patrimonio Cultural de JaénFRANCISCO JUAN MARTÍNEZ ROJAS | Deán de la Catedral de Jaén y delegado diocesano de Patrimonio Cultural

“Para Benedicto, Europa debe trabajar por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones que configuraron la identidad europea…”.

Europa como historia común, como realidad actual y como proyecto ideal de futuro, ha estado muy presente en el pensamiento de Joseph Ratzinger, sobre todo desde su nombramiento como arzobispo de Múnich, en 1977. Su rica visión del Viejo Continente ha quedado patente en sus numerosas conferencias y en varios artículos y libros, que atestiguan la concienzuda reflexión que Benedicto XVI ha desarrollado sobre Europa, antes y después de su elección como Obispo de Roma.

Para Benedicto XVI, Europa, más que un espacio geográfico preciso, es una casa común, un hogar acogedor, un punto de encuentro que se asienta sobre cuatro pilares imprescindibles, hasta el punto de que renunciar a uno de ellos significaría negar la identidad europea más íntima y auténtica.

El primer pilar es la herencia griega, con su carga de racionalidad filosófica; el segundo es la aportación judeocristiana, centrada sobre todo en la revelación; el tercer pilar es el legado latino, concretado en el derecho romano; y, finalmente, el último pilar es la aportación de la modernidad, que, a pesar de ser ambivalente en algunos aspectos, ofrece sin embargo conquistas irrenunciables.

Benedicto XVI no se ha cansado de ofrecer su visión compresiva de la realidad europea, repitiendo la necesidad de que democracia y eunomía estén íntimamente relacionadas, a la vez que la justicia y el derecho no sean manipulables, en contra del positivismo jurídico reinante, que puede favorecer dicha manipulación.

Asimismo, ha reivindicado la presencia de Dios y de los valores morales en los espacios públicos como una necesidad que no está en contradicción con las mejores aportaciones de la moderna democracia, sino que, al contrario, se convierte en fundamento de la eunomía, dado que el respeto públicamente reconocido hacia Dios como fundamento del ethos y de un derecho justo es el mejor antídoto contra la divinización de una ideología o un partido, que tan nefastas consecuencias tuvo en la historia europea del siglo XX.

Dios y hombre, el binomio que en armónica relación
dio fisonomía espiritual al continente europeo en el pasado,
y que en el pensamiento de Benedicto XVI,
gracias a un diálogo integrador, debe ser
el fundamento irrenunciable del único futuro
esperanzador al que puede aspirar Europa.

Finalmente, para construir su futuro, Ratzinger ha subrayado que Europa no podía prescindir de la aceptación y garantía de la libertad de conciencia, de los derechos humanos y de la libertad científica; en definitiva, de los elementos que configuran una sociedad humana y libre.

Frente a quienes, tras las guerras de religión del siglo XVII, postulaban que la única Europa posible era aquella en la que se viviera como si Dios no existiese, Benedicto XVI ha demostrado que esa visión ha quedado ampliamente superada, puesto que Dios no es antagonista del hombre, ni enemigo de su libertad.

Por ello, no se ha cansado de repetir, como hizo en Santiago de Compostela, que es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa. Por ello, el Viejo Continente tiene que abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo ni prevenciones. Como señaló en la homilía de inicio de su pontificado, Dios no es el rival de nuestra vida, sino el garante de nuestra grandeza. Por ello, para Benedicto, Europa debe trabajar por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones que configuraron la identidad europea.

Solo así, abriéndose a Dios, la Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, la Europa de la economía y el comercio puede ser una Europa con futuro, porque se abre a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Porque, como escribió en el año 2000 el entonces cardenal Ratzinger, el mensaje cristiano es en realidad muy sencillo: hablamos de Dios y del hombre, y así lo decimos todo.

Dios y hombre, el binomio que en armónica relación dio fisonomía espiritual al continente europeo en el pasado, y que en el pensamiento de Benedicto XVI, gracias a un diálogo integrador, debe ser el fundamento irrenunciable del único futuro esperanzador al que puede aspirar Europa.

En el nº 2.838 de Vida Nueva.

 

NÚMERO ESPECIAL VIDA NUEVA: BALANCE DE UN PONTIFICADO

 

ESPECIAL WEB: BENEDICTO XVI RENUNCIA

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