GONZALO TEJERINA ARIAS, OSA, Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca
La luz de la fe es el gran don que ha traído Jesucristo. Quien cree, ve desde Él con una luz que ilumina todo su camino. Según la nueva encíclica (Lumen fidei), urge recuperar y fortalecer el carácter luminoso de la fe, porque cuando se apaga su llama todo se oscurece, y hoy los hombres tienen especial necesidad de esta luz. En el don de la fe reconocemos que se nos ha dado un Amor que es Jesucristo, de modo que la sustancia de la fe es esta experiencia del amor de Dios revelado en el Hijo. Desde estos supuestos y propósitos de la encíclica, y dada la brevedad de este comentario, buscaremos el núcleo de su enseñanza siguiendo sus pasos hasta el final del cap. II, donde ya queda consignado.
El capítulo primero ofrece el estudio bíblico sobre la fe salvadora como experiencia del Amor divino entregado definitivamente en Cristo, que es la plena manifestación de la fiabilidad de Dios. La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamento de la entera realidad. Y la prueba mayor de la fiabilidad de Cristo se da en su muerte, que es la suprema demostración de amor (Jn 15, 13). La fe en Cristo supone adherirse a Él para creer: el creyente mira a Jesús y mira desde Jesús, con sus ojos.
Necesitamos a alguien experto en las cosas de Dios, y Jesús nos explica a Dios y nos desvela el significado profundo de la realidad al ver cómo Dios ama al mundo. Quien acepta el don de la fe recibe el ser filial, y la experiencia del Abbá se convierte en el núcleo de su existencia. Así, la fe salva porque abre a un Amor que precede y transforma desde dentro, dilatando al creyente más allá de sí, al ser habitado por Otro. Y como Cristo abraza a todos los creyentes que forman su cuerpo, el cristiano se comprende dentro de ese cuerpo: la fe tiene una configuración eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo, como comunión real de los creyentes.
Urge recuperar y fortalecer
el carácter luminoso de la fe,
porque cuando se apaga su llama
todo se oscurece,
y hoy los hombres tienen
especial necesidad de esta luz.
El capítulo segundo llega a la comprensión más acabada de la fe, justamente al considerarla en relación al comprender. Los significados de Is 7, 9 según el texto hebreo –creer supone subsistir estando sólidamente afirmados– y la versión griega –creer significa conocer– no son excluyentes, porque la subsistencia pasa por comprender la acción de Dios y la unidad que confiere a la vida del hombre. El hombre no puede subsistir sin conocimiento, y la fe sin verdad es una mera proyección de deseos de felicidad o un sentimiento consolador incapaz de sostener el camino de la vida. Solo unida a la verdad es capaz de ofrecer una luz nueva.
En la actual crisis de la verdad, urge justamente recuperar la unión de la fe con la verdad. ¿Podrá hoy la fe cristiana indicar el modo de entender la verdad? Se cree con el corazón (Rom 10, 10) y, en cuanto abre al amor, la fe transforma a la persona. Pues esta relación de la fe con el amor permite comprender el tipo de conocimiento que le es propio. La fe conoce por estar vinculada al amor y en cuanto este trae una luz.
Aquí se toca el núcleo doctrinal de la encíclica, que establece la conexión intrínseca, constitutiva, integradora de la fe con el amor y la verdad en la cual habrá que reflexionar: el comprender de la fe nace cuando recibimos el amor de Dios, que, transformando interiormente, da ojos nuevos para ver la realidad. El amor necesita de la verdad y la verdad del amor, pero lo peculiar del documento es la reivindicación de la efectividad cognitiva del amor que funda una lógica nueva, un conocimiento compartido, una común visión de las cosas.
La fe concierne también a quienes,
no creyendo, buscan, y,
como abiertos al amor,
viven ya en la senda de la fe.
En la concepción bíblica de la fe, el descubrimiento del amor es fuente de conocimiento. La luz del amor se enciende cuando somos tocados en el corazón acogiendo la presencia del Amado que nos permite reconocer su misterio. En cuanto abre a la verdad del amor divino, la fe llega al centro de la existencia, y en las relaciones humanas florece la ternura de Cristo. La luz del amor propia de la fe puede iluminar los interrogantes de nuestro tiempo a propósito de la verdad. La verdad del amor vivida en la fe abre al bien común y puede alcanzar el corazón de cada hombre.
En tres ámbitos despliega la encíclica la fecundidad de la fe entendida como acogida de la verdad de un amor. Su luz orienta el conocimiento del mundo físico, pues alumbra y agudiza el sentido crítico ante la maravilla de la creación que estudia la ciencia. La luz de la fe sobre el camino de todos los que buscan a Dios es la aportación del cristianismo al diálogo con las religiones. Al configurarse como vía, la fe concierne también a quienes no creyendo buscan y, como abiertos al amor, viven ya en la senda de la fe. Hacia dentro, esta fe, naturalmente, generará la teología, porque como luz invita a explorar cada vez más aquello que ilumina para conocer mejor lo que amamos.
En el nº 2.856 de Vida Nueva.
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