JUAN MARÍA GONZÁLEZ-ANLEO SÁNCHEZ, sociólogo | “¡Y que cumplas muchos mas!”. ¿Pero…los cumplirá? Desde las filas progresistas le auguran al 15-M un brillante futuro como motor de cambio económico y de un ciclo de protestas que contribuirá a refundar la democracia. Muchos conservadores, por el contrario, lo han demonizado: se inspira en la izquierda colectivista, es populista y demagógico, brilla por su ausencia de propuestas realistas, explota los sentimientos antipolíticos, su democracia directa adolece de vaguedad…
Desde su peculiar perspectiva, Zygmunt Bauman sostiene que el 15-M “es flor de un día” por basarse solamente en la emoción, carecer de pensamiento creativo y, como típico producto de nuestra “sociedad líquida”, pecar de temporalidad.
A pesar de la indudable simpatía que despertó en su momento, debida al acuerdo casi unánime con las razones de su indignación, más de la mitad de los españoles (Metroscopia en El País, 5 de mayo del 2012) cree “que se habla mucho ahora pero dentro de poco nadie o casi nadie se acordará”. Y el reciente enfrentamiento –¿escisión?– en las filas del 15-M a propósito de un posible cambio de estatus, abandonando la “horizontalidad” y convirtiéndose en una asociación sin ánimo de lucro, ha oscurecido aún más su horizonte.
“Si solamente la tercera parte
de los jóvenes en paro salieran en protesta,
el Gobierno más sólido se hubiera tambaleado”.
Una precisión necesaria: el 15-M es un fenómeno de adultos-jóvenes, no de jóvenes-jóvenes, pues entre 15 y 30 años, la mayoría (un 60%), está lejos de estas movilizaciones, ocupada en una “rebeldía sin causa”, aunque en su siglo, el XXI, enormes retos les aguardan.
A este gran segmento de la población juvenil puede calificársela de “juventud anarca”, desorientada y desnortada: “No saben lo que quieren, pero quieren a ciencia cierta que les dejen hacer lo que quieran” (Aguilera). Y no son muchos, aunque los informes gráficos sobre la Puerta del Sol y otras calles y plazas de España puedan deslumbrar.
Las fiestas “botellón”, vigentes todo el año, congregan a multitudes incomparables con las del 15-M. Si solamente la tercera parte de los jóvenes en paro salieran en protesta y reivindicación a la calle, el Gobierno más sólido se hubiera tambaleado.
Desde la perspectiva de los inmisericordes recortes económicos que están martirizando el cuerpo social español, se nos puede antojar que el 15-M se está quedando algo anticuado en sus demandas. Esta inadecuación se debe probablemente a que la generación que protesta es la generación del bienestar, del consumo y de la globalización, que no fue capaz de alzar su voz cuando disfrutaba de todos los privilegios de los países ricos, a costa en buena parte de los países pobres y explotados por el capitalismo globalizado.
“La desaparición del profetismo en la Iglesia católica española,
duele confesarlo, causa “indignación” y escándalo
en muchos católicos españoles.
Nuestros obispos –con contadas excepciones–
no gritan y claman por los pobres”.
La desaparición del profetismo en la Iglesia católica española, duele confesarlo, causa “indignación” y escándalo en muchos católicos españoles. Temporal o definitiva, total o circunscrita solo a la Jerarquía, voluntaria o impuesta desde más altas instancias, lo cierto es que nuestros obispos –con contadas excepciones– no gritan y claman por los pobres, por los precarizados, contra el fuerte deterioro del Estado de Bienestar.
Y callan, miran para otro lado y, en ocasiones, tienden la mano pedigüeña a los mismos responsables de la situación, no claman contra ellos y contra los especuladores sin alma y los políticos ensoberbecidos y narcisistas.
Que nadie dude de nuestra total simpatía para con los jóvenes del 15-M. Pero la simpatía no impide mirar las cosas de frente.
En el nº 2.800 de Vida Nueva.
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