CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
¡Devuélveme la alegría de tu salvación! Aunque son palabras del salmo penitencial por excelencia, nos gusta repetirlas en estos días con un acento marcado por el deseo y la esperanza de un gozo colmado. Se pide el retorno de una alegría que teníamos y que nos ha sido arrebatada por la injusticia, la desesperanza, la violencia, el deseo de venganza, el corazón endurecido por la indiferencia ante el dolor ajeno, los apocalípticos profetas de calamidades sin cuento…En definitiva, por el olvido de Dios.
No se trata de salir al rescate de una alegría secuestrada por todas esas actitudes y tan deplorables comportamientos. No hay precio que ofrecer para conseguir la liberación de lo que se perdiera, sino súplica confiada y humilde para aquello que se nos ha prometido que llegará. Devuélveme tu alegría, ninguna otra puede colmar el corazón del hombre. Si se perdiera por el pecado, en todas sus formas y maldades, ahora tendrá que llegar por los caminos de la misericordia.
De la bondad de Dios, de su comprensión para con los hijos rebeldes. Desde su amor inconmensurable que se manifiesta, de la forma más sublime, generosa, admirable y ejemplar en el habernos dado a su hijo Jesucristo como alegría para el mundo. Una felicidad sin reservas ni temores. La paz está bajo amenaza. El buen deseo se oscurece con el miedo y la esperanza de un día nuevo ante la confrontación entre los pueblos. Todo se llenará de luces, árboles y belenes, pero “todo será falso porque el mundo continuará haciendo guerras. El mundo no ha comprendido el camino de la paz”.
Paz a los hombres, a todos los hombres y mujeres del mundo, sin distinción ni reserva alguna. Porque a todos les ha llegado la salvación de Dios. Unos la conocen y otros no. Unos la rechazaron. Unos utilizaron el nombre de Dios para matar a sus hermanos. Deshonra más grande no podían hacer al bendito nombre del Creador.
Feliz Navidad. Sincero deseo de paz y de alegría, de celebración del gran recuerdo, de pasar de nuevo por el corazón el misterio de la Encarnación del hijo de Dios. Una memoria que se hace actualidad y vigencia, que no envejece con los años, sino que cada día provoca mayores deseos de que llegue a todos los hombres y mujeres de esta humanidad, tantas veces dolida y triste, aquel cántico que señala los caminos de la esperanza. Paz, mucha paz para todos.
En el nº 2.969 de Vida Nueva