Fichajes millonarios: ¿negocio o inmoralidad?

ilustracion-billete(Vida Nueva) El Real Madrid ha pagado 94 millones de euros por Cristiano Ronaldo. ¿Todo vale en el negocio del fútbol o es una inmoralidad? El teólogo José Ignacio Calleja y el profesor de Ética profesional, Antoni Nello, abordan este tema en los ‘Enfoques’.

Florentino Pérez, una moral galáctica

José Ignacio Calleja(José Ignacio Calleja Sáenz de Navarrete– Facultad de Teología de Vitoria-Gasteiz) El fichaje de Cristiano Ronaldo por el Real Madrid, en 94 millones de euros, ¡más de quince mil millones de pesetas!, ha despertado toda clase de comentarios. Como fuera que este fichaje ha seguido al de Kaká, y es uno entre otros por un montón de millones, la cuestión deportiva ha evolucionado como cuestión preferentemente económica y moral. Cuando alguien ha dicho en “los medios” que, en estos tiempos de crisis, resulta chocante y hasta ofensivo este despilfarro, no han faltado quienes han contestado en los términos de “no me seas demagogo” o “no me seas moralista”. Y para cargarse de razón, esta perla: “Los artistas de primera cobran esto y más”.

Planteada la cuestión en términos deportivos, cabe suponer que estos fichajes multiplicarán la importancia del factor “dinero” en el fútbol todavía más, hasta determinar la identidad de un equipo. Cualquiera sabe que el dinero no lo es todo en el deporte, hay muchos sentimientos de por medio; pero el dinero sí que acabará siendo el último medio para “ganar”. La Liga española de fútbol es cada vez más cosa de dos, y la riqueza, una condición sustantiva. Por el contrario, la quiebra de no pocos equipos es un lugar común; por supuesto, un día antes de pedir auxilio a las instituciones públicas locales. Ver para creer.

Pero la noticia tiene un trasfondo económico y moral indudable. Económicamente, no tengo duda de que Florentino Pérez intenta un negocio más, y como tal lo gestiona. Una inversión inalcanzable para casi todos, que los reta sin remedio, los “pone en su sitio”, y que cuajará como negocio. Su ideario mercantil, éste: “Un gran producto de marca”, “el lujo y la exclusividad por excelencia”; y su fin, más allá del deporte, todas sus rentabilidades para el Real Madrid y para el propio señor Pérez. El mejor tiene que tener lo mejor, de esto se trata. En la sociedad de la imagen y el lujo, el mejor tiene un patrimonio valiosísimo en forma de diseño, cualificación e innovación: son los “intangibles” de una empresa. Es el diseño de una gran empresa económica y, por cierto, muy moderna.

Y todo esto tiene un trasfondo moral, desde luego que sí. Me sorprende que en “los medios” haya quien considere esta perspectiva impropia del caso. Y no sólo porque estemos en crisis para casi todos, y para tantos con inmenso sufrimiento. Al fin y al cabo, como he dicho, podría ser un negocio rentable. Como tal se realiza. Y de hecho, no abandona la lógica que nos llama a abordar la crisis mediante la invitación al consumo, para que el dinero circule. El Gobierno dixit. Incluso hay consumos más perniciosos para el sistema-mundo. No en vano, éste no contamina. 

Luego, ¿cuál sería la consideración moral que nos hace tomar aire frente al caso? Los principios economicistas, una vez más, ocupan la vida en todos sus sectores. ¡Fuera cualquier atisbo de “romanticismo” en cuanto a los símbolos sociales, y fuera lo de una mínima igualdad de oportunidades en el ámbito de lo lúdico! Ningún techo económico obligatorio que ponga límites a los nuestros. Si me lo puedo permitir, lo hago. Y si es un juego, lo será después de marcar las distancias que la riqueza permite. No me extraña, concluyo, que muchos vean en el asunto una especie de perversión del deporte en lo sustancial de éste, las oportunidades razonablemente equilibradas entre los contendientes. 

Y en segundo lugar, me resulta indigesto el desparpajo casi obsceno de quien, pudiendo pagarse un consumo de lujo, no mira hacia los lados a ver cómo vive la gente. Lo considera su derecho, y lo racionaliza en términos de “rentabilidad económica y deportiva”. El fútbol, en este sentido, no es sino una empresa más; y sus mejores gestores, los que antes hayan asimilado una estrategia darwinista. Hace poco, en un programa de televisión, gente muy rica mostraba al público sus casas o su colección de coches de lujo. Al punto, uno de ellos hacía este comentario en su recorrido por la ciudad: “¡Mira, mira cómo alucina la gente. Esto me hace feliz!“. “Y, ¿cuánto consume?“, le preguntaban. “Eso ni me lo planteo“. Aquel hombre no pensaba en términos de sostenibilidad, pero menos aún en términos de corresponsabilidad moral con los demás. Me dirán ustedes que es lo de siempre. Bueno, sí, en parte sí, pero ése es precisamente el empeño humanizador de la moral. Ella trata de ayudarnos a crecer como personas, porque hemos acordado respetar alguna igualdad real y previa a las reglas de juego con que vamos a competir. ¿En el deporte? En el deporte y en la vida, por qué no. Felices días a los que no se cansan del fútbol.  

El exceso ofende

antoni-nello(Antoni Nello– Profesor de Ética profesional y deontología en la Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación y del Deporte Blanquerna. Universidad Ramon Llull, Barcelona) Qué más decir sobre el fichaje de Cristiano Ronaldo por el Real Madrid cuando ya se ha dicho casi todo en la prensa diaria de estas últimas semanas? No es fácil, especialmente si, por fortuna, se ha dicho con abundancia de sensatez. Tal vez rememorar la máxima aristotélica: la bondad está en el término medio, no una media aritmética, claro está, sino esa medida equilibrada de todas las cosas que se dibuja entre la carencia y el exceso. Los recientes fichajes del Real Madrid han superado los límites del exceso y constituyen un insulto al ciudadano de a pie, ese ciudadano perplejo que trabaja cada día y hace equilibrios inestables y difíciles con su economía doméstica en tiempos de crisis, una crisis de la que se siente y se sabe víctima y sobre la que ha sido engañado a diestro y siniestro. Son fichajes que sitúan el precio del trabajo humano en unas cifras que resultan incomprensibles, tanto que nos llevan a no ser capaces de asimilar su magnitud: algunos articulistas de prensa ya han hecho el ejercicio de traducir los 94 millones de euros que ha pagado el Real Madrid por Cristiano Ronaldo en obras públicas que incidirían en el bienestar común.

Hecha esta consideración previa, pienso que se deben añadir algunas observaciones. Es verdad que el futbol, y otros fenómenos deportivos y artísticos de gran impacto mediático y enorme calado social, son también empresas: una industria que genera circulación económica y puestos de trabajo. No hay que denostarlos por ello, bien al contrario. Pero precisamente por su elevado impacto mediático y su profundo calado social, hay que ser exigentes con su gestión. Exigentes en su transparencia financiera. Exigentes en su responsabilidad fiscal. Exigentes en su nivel de riesgo de negocio. Exigentes en sus fuentes de financiación. En este sentido, quiero creer que las operaciones económicas del Real Madrid, y de tantos otros clubes deportivos, son de confianza y generan confianza. Confianza hacia la entidad deportiva y confianza hacia las entidades financieras que con su/nuestro dinero andan detrás de estas aventuras. Confianza absolutamente necesaria para una ciudadanía que se sabe atrapada y engañada en un torbellino de crisis económica a la que nos ha llevado, paradójicamente, el exceso de confianza. Confianza que empieza a ser limitada, si es cierta la noticia de la deuda del Real Madrid, cifrada en 500 millones.

Una segunda observación concierne a la responsabilidad de quienes ejercen una actividad con enorme repercusión pública. Y los grandes protagonistas del mundo del deporte, tanto en el ámbito gerencial como en el de la estricta práctica deportiva, lo son. Todos ellos son iconos para el ciudadano. Y en esa condición de icono radica su grandeza, luego también su responsabilidad. En este sentido, creo que debemos ir más allá del caso particular, unos fichajes estratosféricos del Real Madrid, para elevar un clamor exigente de sensatez y de madurez en el ámbito de la actividad deportiva. Un clamor dirigido a los deportistas y a sus clubes, pero también a tantas instancias sociales implicadas, entre ellas las mediáticas. Me limito a ejemplificar esta exigencia con algunos sucesos recientes, pero frecuentes, de notoria irresponsabilidad. No se puede exhibir, y mucho menos fomentar, el consumo desmesurado de alcohol de unos deportistas jóvenes que se muestran en público festejando sus victorias: después lamentaremos los excesos de las celebraciones ciudadanas. No se debe permitir, ni desde luego fomentar, que las celebraciones de los éxitos deportivos sean espacios de vulgaridad y de insulto irrespetuoso del contrincante: para algo aprobamos recientemente una ley contra el racismo en el fútbol como signo de una exigencia de respeto. No se puede alardear de contratos multimillonarios en un soberbio ejercicio de desprecio de la realidad de una crisis que concierne a un elevado porcentaje de ciudadanos y ahoga a un sinfín de pequeñas y medianas empresas, ciudadanos y empresas que no encontrarán ayuda en quienes se embarcan en avalar tamañas barbaridades: ya hemos sufrido suficientemente la cultura del pelotazo, del dinero fácil y de la corrupción difusa.

Me gusta el fútbol. Como cualquier deporte que expresa talento, esfuerzo y habilidad física. Y en el caso del fútbol, además, un hermoso ejercicio de trabajo en equipo. Ojalá gane el fútbol por encima de sus veleidades, el deporte por encima del negocio, el ciudadano y su convivencia por encima de los lobbies del deporte y sus sospechosos negocios.

En el nº 2.665 de Vida Nueva.

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