JOSÉ LUIS CELADA | Redactor de Vida Nueva
Aunque Hegel dijera que las heridas del espíritu se curan y no dejan cicatrices, lo cierto es que la realidad diaria nos proporciona sobradas razones para pensar que el alma envejece a mayor velocidad incluso que el cuerpo; que las llagas estampadas en el ánimo colectivo con las actuaciones o declaraciones de determinados personajes públicos tardarán años en borrarse.
Hasta que mi reflexión se ve interrumpida al deshojar la segunda entrega de los Fragmentos filosóficos de Joan-Carles Mèlich: La prosa de la vida (Fragmenta Editorial). Y recobro la pausa. Y el sentido. Porque la lectura de su filosofía literaria me hace vibrar, como se propone el autor, pero, sobre todo, me permite descubrir que todavía estamos a tiempo de enmendar el rumbo.
De caer en la cuenta de que la ética no solo tiene que ver con el deber, sino también con el deseo. De que tan importante –o más– que saber qué hacer, es identificar a quién, dónde, cómo y cuándo hacerlo… Gracias, profesor Mèlich, por sus impagables lecciones sobre esta vida “en permanente transformación”.
Publicado en el número 3.013 de Vida Nueva. Ver sumario