MARIO DE GASPERÍN GASPERÍN, obispo emérito de Querétaro (México)
La visita del papa Francisco a Brasil será singular. No se trata de hacer predicciones ni de augurar éxitos o fracasos anticipados. Se intenta percibir el tono espiritual en que se desarrollará este acontecimiento eclesial, sin descuidar las repercusiones inevitables en el entorno social y, quizá, de aprender una lección.
Damos por sabido que las noticias que recibimos son parciales y sujetas a variadas interpretaciones, no solo por la opacidad de todo acontecimiento humano, sino por tocar el ámbito religioso y político de la sociedad. Lo político está siempre sometido al escrutinio oficial y a la vigilancia desde el poder, a pesar de las profesiones solemnes de fe en la libertad de expresión.
Cuando se tocan asuntos referentes a la fe católica, la interpretación de los hechos no solo sufre por el natural desconocimiento de los contenidos, sino por la pesada carga ideológica y de control que se cierne sobre la institución y la conducta de los creyentes. Esto sea dicho no como excusa, sino como reconocimiento de las limitaciones a que estamos sujetos en hechos como los que comentamos.
Cuando Francisco comenta que
el pan que se desperdicia en la mesa del rico
se sustrae de la del pobre,
nos está recordando la doctrina de la Iglesia
sobre el destino universal de los bienes;
pero cuando lo hace como lo está haciendo,
se vuelve una doctrina expansiva, cargada de esperanza.
No obstante, señalamos que esta visita a Brasil revestirá un carácter singular por ser el primer viaje al exterior de su pontificado, el primero de un Papa latinoamericano al país con mayor número de católicos nominales, y en un entorno social complicadísimo por los gastos suntuarios y de corrupción.
Quienes hacen estos reclamos se autonombran “indignados”, a quienes se han sumado los hijos de la tierra y los moradores de las favelas. Todos en marcha y alzando su voz por las carencias económicas, educativas y de salud, después de haber pregonado, con bombo y platillo, los éxitos del régimen anterior. Es dato ya preocupante la distancia creciente entre los gobernantes y el pueblo real.
A lo anterior hay que añadir la singular personalidad y actitud desenfadada, por evangélica, del Papa, cuyas declaraciones y gestos han merecido la comparación con un torbellino que levanta a su paso los estorbos para despejar el camino al Señor.
Cuando Francisco comenta, glosando a los Padres de la Iglesia, que el pan que se desperdicia en la mesa del rico se sustrae de la del pobre, nos está recordando la doctrina de la Iglesia sobre el destino universal de los bienes; pero cuando lo hace, como lo está haciendo, desde lo que él sabe y conoce y ha vivido de esa situación del pobre sujeto al despojo vitalicio de los señores del dinero, y que ahora está imperando en un país para promover el circo sin pan, se vuelve una doctrina expansiva, cargada de esperanza y de ansia por un bienestar concorde con la dignidad humana y de hijos de Dios.
Los obispos de Brasil han rechazado la violencia y el robo, como exige Jesús. Pero han sumado sus voces de apoyo y complacencia por este reclamo que, por evangélico, es también de Jesús y sus discípulos. Queremos estar atentos a estos sucesos no solo por la carga social que traen consigo, sino por el anuncio de la novedad que conllevan y que esperamos coincida con el Evangelio.
En el nº 2.858 de Vida Nueva