Francisco y Kirill, un primer paso crucial

papa Francisco y Kirill de Moscú, patriarca ortodoxo ruso, se encuentran en La Habana, Cuba,

papa Francisco y Kirill de Moscú, patriarca ortodoxo ruso, se encuentran en La Habana, Cuba,

FERNANDO RODRÍGUEZ GARRAPUCHO, scj, director del Centro de Estudios Orientales y Ecuménicos Juan XXIII (UPSA)

El encuentro entre el papa Francisco y Kirill, patriarca de Moscú, tiene, sin duda, una gran importancia para las relaciones entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas. No en vano, es el patriarcado que más fieles abarca dentro del mundo de los cristianos orientales: más de cien millones de fieles y más de cien diócesis. El encuentro ha sido crucial, ciertamente, pero no por las razones que se han ofrecido en estos días por parte de una prensa sensacionalista, sino por otras más profundas que escapan a la vista de quien quiere titulares de espectacularidad.

Es verdad que nunca se había producido un encuentro semejante, simplemente porque, en el momento de la separación entre los cristianos de Oriente y Occidente, el Patriarcado de Moscú no existía aún. Si la separación comienza a mediados del siglo XI, con la mutua excomunión entre Roma y Constantinopla, el patriarcado moscovita se crea a finales del siglo XVI. Y, sin embargo, ya en el siglo anterior, una figura como Isidoro de Kiev, metropolita de esta sede y “cabeza de todas las Rusias”, firmó la unión con Roma a raíz del Concilio de Ferrara-Florencia. Las cosas no fueron luego bien del todo, pero en el siglo XVI, con la Paz de Brest, los orientales de rito bizantino dependientes de la sede de Kiev se unieron a la comunión con Roma hasta hoy. Ello explica por qué en Ucrania hay en la actualidad más de cinco millones de católicos, la mayoría de rito bizantino.

Lo más positivo es el hecho del encuentro mismo, pues es verdad que desde el siglo XVI nunca un papa de Roma se había visto las caras con un patriarca de Moscú, lo cual no quiere decir que no haya habido relaciones mutuas. Sin duda, las más importantes fueron durante la celebración del Concilio Vaticano II en el siglo pasado, donde desde el principio hubo observadores del Patriarcado de Moscú. Más tarde, Nikodim de Leningrado, maestro y predecesor del actual patriarca como presidente de relaciones externas del Patriarcado, no solo visitó a los papas después del Concilio, sino que murió en los brazos de Juan Pablo I.

El encuentro es muy valioso porque significa la buena disposición del Patriarcado de Moscú a dar pasos decisivos en el camino hacia la unidad de los cristianos. Dicho patriarcado ha tenido grandes resistencias al ecumenismo en muchos períodos de su historia y ha tenido grandes conflictos en los últimos años con las otras Iglesias ortodoxas, por ejemplo, con la sede de Kiev en Ucrania. Pero también ha provocado, desde los años 90, grandes problemas con la sede ecuménica de Constantinopla a raíz de la unión a esta última de la Iglesia ortodoxa de Estonia.

El encuentro de La Habana tiene consecuencias muy positivas para el ecumenismo en general, pues estamos en vísperas de un acontecimiento que, este sí, cierra un período de un milenio en Oriente, y me refiero al Concilio panortodoxo, previsto para junio de este año en la sede arzobispal de Creta. Un concilio que, por primera vez, va a ver sentados a los representantes de todos los patriarcados e Iglesias autocéfalas ortodoxas, de modo que la ortodoxia pueda presentarse ante las otras Iglesias con una sola voz en el concierto de la búsqueda de la unidad cristiana.

Que la ortodoxia, en todo su amplio espectro, se vea unida es ya un gran paso a la hora de encontrar el camino de la unidad. El buen entendimiento entre la Iglesia católica y el mayor de los patriarcados ortodoxos es la señal de que las dos Iglesias mayoritarias, marcadas por la fidelidad a la tradición, pueden guiar el ecumenismo hacia su meta final de respuesta a la voluntad de Dios para su Iglesia.

En el nº 2.977 de Vida Nueva

 

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