(Ángel Moreno, de Buenafuente) He peregrinado a Lourdes junto con un grupo de feligreses. Queríamos rendir nuestro homenaje a Nuestra Señora en el 150º aniversario de sus apariciones a Bernadette, en febrero de 1858.
Siempre que se retorna a un lugar se buscan las posibles novedades, en este caso con mayor razón, al ser un año jubilar. Cuando llego al santuario, acostumbro a pasar por delante de la gruta y atravesar el río Gave en dirección de la capilla de la adoración. Fue en ese itinerario donde me encontré que habían instalado ocho fuentes con nombres bíblicos: Betesda, Pozo de Jacob, Nazaret, Fuente del Santuario, En Gadí, Gaza, Berseba y Meribá; en cada una había un texto y una imagen.
Al leer los textos y los acontecimientos que en ellas sucedieron, representados en imagen, comprendí que eran un testimonio del amor de Dios, una declaración plena de su opción por el ser humano. Cada fuente fue testigo de una historia de salvación y de un relato enamorado. El agua es vida, la vida nace del amor divino, de su costado, de la fuente del Templo, y llega a declararse con las palabras: “Dame de beber”. “Tengo sed”. La Virgen dijo a la pequeña: “Ve a la fuente, bebe y lávate”.
En el nº 2.637 de Vida Nueva.