(Vida Nueva) ¿Deben celebrarse funerales de Estado católicos? ¿Deberían ser actos plurirreligiosos? La polémica resucita tras la tragedia de Barajas y no parece que las distintas partes lleguen a un acuerdo en torno a este asunto, del que nos hacemos eco en el nº 2.627 de Vida Nueva.
Actos oficiales que humillan y faltan al respeto
(Pedro Tarquis– Portavoz de la Alianza Evangélica Española y director de Protestante Digital) Las tragedias con gran cantidad de víctimas tienen multitud de terribles consecuencias. Es lógico que surja un deseo de solidaridad y abrazo desde múltiples instancias e instituciones. Dos diferentes perspectivas de hacerlo son las que ofrecen el Estado y las confesiones religiosas, creando una situación compleja a la hora de establecer la participación de autoridades sociales y políticas en relación a las diferentes formas de creer y de no creer; en torno a las ceremonias que conmemoran a quienes han fallecido y acogen el dolor de sus familiares y allegados.
Sin duda, cada confesión tiene el derecho (y el deber) de realizar un acto propio por sus fallecidos, haciendo suyo el sufrimiento del próximo (el prójimo, el hermano en la fe) desde la trascendencia y la cercanía del abrazo personal y comunitario. Esto es incuestionable.
Pero, en cuanto a la participación de representantes oficiales del Estado (gobiernos locales y regionales, del Gobierno del Estado y de la Casa Real), es indispensable un sentido de justicia y equidad en el trato con las distintas confesiones, a la vez que la necesaria separación Iglesia-Estado. Esto implica, en primer lugar, que no se identifiquen de forma exclusiva -desde su posición de representantes de todos los ciudadanos de un Estado aconfesional- con una única confesión religiosa.
Una opción sería que los representantes del Estado estuviesen en todas las ceremonias religiosas y no religiosas que se celebrasen por las diferentes víctimas. Pero, ¿se imaginan a las autoridades asistiendo uno tras otro a los funerales católico, protestante, ortodoxo, judío, islámico, budista, hindú? Y, por si fuera poco, los fallecidos sin creencia alguna también merecen un acto de Estado, lo que obligaría a un funeral civil.
Otra posibilidad (la que ha sido habitual en España) es que los representantes del Estado asistan sólo a la ceremonia de la confesión religiosa con mayor presencia de víctimas o en la sociedad. Al margen de que esto último es cada vez más cuestionable en cuanto a su realidad, el derecho de los ciudadanos no es una cuestión cuantitativa, sino cualitativa. No deben tener más derechos los payos que los gitanos (¿se imaginan un acto de Estado que excluyese a la etnia gitana por ser menos en número y peso social que los payos?).
Libertad religiosa
El aspecto cultural o histórico tampoco es una razón frente a los derechos personales. Si no, nunca se habría abolido la esclavitud, ni las mujeres hubiesen roto su situación social indigna y marginal. Y algo de esclavitudes y situaciones sociales deshonrosas subyace en el tema que estamos tratando.
A todo lo expuesto se añade que, si se celebra una ceremonia confesional única por todas las víctimas, se impone una sola forma de creer -incluso más allá de la muerte- a todos los ciudadanos, como si la fe de cada persona no tuviese importancia y pueda ser utilizada (o violada) por encima de sus creencias y deseos íntimos.
Se coincida o no con sus ideas, cada persona tiene derecho a decidir cómo se celebra y cómo no se celebra su funeral -o el de sus familiares si el fallecido no lo dejó expuesto de manera expresa-. Es un aspecto más de la libertad de conciencia y religiosa que siempre debería ser respetada. Y la inmensa mayoría de los protestantes (por no decir todos) no queremos ser incluidos en un funeral católico. Si algún católico quiere en lo privado rezar, es una decisión privada en la que nadie puede entrar. Pero un acto oficial contrario a nuestras ideas y deseo es una auténtica imposición que humilla y falta al respeto de vivos y muertos.
Por último, si aceptamos una ceremonia de Estado, se puede elegir entre una estrictamente civil, y otra plurirreligiosa (entendiendo que se incluye en este último concepto las creencias de quienes no tienen ninguna, o se declaran agnósticos). Hay ceremonias civiles llenas de sentimiento si se organizan con sensibilidad. Y también actos civiles en los que pueden participar representantes o familiares desde su perspectiva religiosa sin romper la aconfesionalidad del acto, a la vez que integra las diferentes formas de creer (o de no creer).
Nadie quiere quitarle a la Iglesia y fieles católicos sus justos derechos. Simplemente, defendemos que igual que hubo una transición política y actualmente ningún partido tiene más o menos derechos que los otros, las confesiones y los creyentes -sea cual sea su ideología- sean iguales ante el Estado. Entonces, habremos consumado también la transición religiosa en la sociedad española.
La Iglesia católica, en su sitio
(Rafael Ortega Benito– Presidente de la Unión Católica de Informadores y Periodistas de España) Es muy triste que unos pocos quieran sacar provecho de la tragedia de muchos. Esos pocos son los de siempre. Son los guionistas de una situación muy bien pensada durante muchos años y que aprovechan cualquier circunstancia para llevar a su saco a los ingenuos.
Ahora han escogido como parte de ese guión la reciente tragedia del pasado mes de agosto en el aeropuerto de Barajas, donde murieron 155 personas, porque a casi todos se les olvidó que una de las fallecidas llevaba en su vientre una nueva vida. Una tragedia que para otros fue y sigue siendo fuente de polémica partidista, mientras los más miserables juegan con las familias y con las indemnizaciones.
La Iglesia, nuestra Iglesia católica, estuvo y está en su sitio. El domingo 31 de agosto, en el programa socio-religioso de Radio Nacional de España (RNE), Frontera, que durante tantos años dirigí, y que ahora conduce con gran maestría nuestra compañera María Ángeles Fernández, fue entrevistado el capellán del aeropuerto de Barajas, Alberto Díaz, que con gran rigor periodístico, no en balde lo es también, relató a los oyentes de la emisora pública los dramáticos momentos vividos y cómo se presentaron en el lugar del accidente varios compañeros sacerdotes y un obispo auxiliar de Madrid para ayudarle en tan complicado cometido, y cómo el mismo cardenal arzobispo de Madrid, le llamó desde Alemania, donde se encontraba por razones de trabajo, para interesarse por su labor y por si necesitaba de su presencia y para darle ánimos en tan difícil y dolorosa labor.
Que sepamos allí, en Barajas, no hubo ninguna representación de pastores evangélicos, ni de otras religiones, como la musulmana, la judía o la budista.
Ahora la Iglesia, nuestra Iglesia católica, quiere celebrar, como no podía ser de otra manera, un gran funeral en la catedral de Madrid. Un “funeral para todos” que ha despertado la polémica inducida por los que citábamos al inicio de esta reflexión y que ha hecho que familiares de víctimas de otras confesiones, como unas de religión evangélica, hayan protestado y hayan exigido la “no celebración de ese funeral para todos”, y sí uno particular, que nadie ha dicho que “no se celebre”.
Me parece muy mezquina la petición, que no busca otra cosa que subir un peldaño más en esa descalificación constante que se hace a la Iglesia católica y que se nos quiere imponer y, además, ahora, a costa de unas víctimas.
Política de distracción
Tiene que haber un “funeral para todos y con participación de todos”. Suponemos que en el avión siniestrado, además de esa familia evangélica, viajarían miembros de otras confesiones religiosas. Pues bien, insisto, “funeral para todos”, y si además esas otras confesiones quieren realizar sus ceremonias, pues miel sobre hojuelas.
Vivimos en una nación, pese a quien pese y “a pesar” de los esfuerzos de los “guionistas”, que es católica, y hace muy bien nuestra Jerarquía en no dar un paso atrás en esta situación de distracción general, para no abordar temas tan preocupantes como la situación económica que tenemos encima, o con la anunciada nueva ley del aborto, o con la eutanasia, cuya primeras experiencias legales se quieren hacer en Andalucía.
Acompaño, de verdad, con mis oraciones a todos los familiares de las víctimas de la tragedia acaecida a mediados de agosto en Barajas. Sin exclusiones. Deseo que todos lo hagan. No quiero pensar que otras confesiones recen sólo a los suyos. Seguro que no. Juan Pablo II nos dio una lección con las jornadas que protagonizó en la ciudad italiana de Asís, a pocos años de su muerte, junto a los líderes principales de otras confesiones religiosas. Allí se rezó por todos y para todos y, cuando creíamos que ahora los recelos estaban en parte superados, vemos que algunos quieren ser excluyentes. Esa exclusión no beneficia a nadie, y menos a los que se excluyen.
“Dios es amor”, ha proclamado el papa Benedicto XVI en su encíclica, y ese amor es el que queremos los católicos que sea para “todos”.
La Iglesia, nuestra Iglesia, en su sitio, y nosotros también. Creo que muchos, si tuviéramos la desgracia de sufrir un accidente en un país donde la religión fuera otra, agradeceríamos -y yo lo hago ya- tener un funeral con el rito correspondiente. Se rezaría por mi salvación, y eso es lo que me importa. Así que, señores “guionistas”, no se aprovechen de la desgracia ajena y sitúen bien la escena, porque, hoy por hoy, la pantalla en España sigue siendo católica.