Guardianes

(Dolores Aleixandre, rscj) Hace algo más de un mes que se ha muerto con 7 años Carlitos, un niño peruano encantador. Había venido hacía unos meses con sus padres y un hermano desde Lima para ver si aquí podían tratar su leucemia y hacerle un trasplante de la médula de su madre. No dio resultado, y de camino al tanatorio iba yo pensando en lo sola que iba a estar la familia, tan lejos de su país y con tan poco tiempo de arraigo aquí. 

Me equivocaba: en torno a ellos se había ido tejiendo una red de personas de diversa procedencia que estaban allí, rodeándolos con su presencia y su cariño: el equipo de cuidados paliativos que le atendió con profesionalidad y ternura exquisitas; los educadores del proyecto de Cáritas en que vivían; la comunidad intercongregacional, como vecinas y amigas; gente conocida del Hospital del Niño Jesús con niños en situación parecida; el director y profesores del instituto donde estudia el hermano mayor; la directora del colegio al que Carlitos sólo pudo ir dos días, pero que mantenía una vinculación especial con el niño. Junto a él, dentro de la caja en que parecía dormir, estaba su perro de peluche como un guardián fiel protegiendo su sueño, y allí estábamos todos, como un “guardián corporativo”, estrechando todo aquel dolor y dejándonos sostener también por la fe y la asombrosa serenidad de sus padres. ¿Que si somos “guardianes” de nuestros hermanos? Pues claro que lo somos. Y es la tarea más importante que se nos ha confiado.

En el nº 2.635 de Vida Nueva.

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