Iglesia santa y pecadora

(Manuel Pérez Artacho– Málaga) Por la alusión hecha por Dª Mª Socorro Luquin a mi carta sobre los sacerdotes pederastas irlandeses (VN n° 2.694), quisiera hacer algunas puntualizaciones:

1. En ningún momento acuso a todos los sacerdotes irlandeses, ni muchísimo menos. Sólo me refería a los causantes de estos estragos. Dice que sólo son cincuenta. Yo no lo sabía. Pero el número tampoco está mal. Sí doy por sentado que en Irlanda, como en todo el mundo, hay multitud de sacerdotes muy dignos, llenos de santas virtudes y entregados totalmente a la Iglesia y a la evangelización.

2. He leído de nuevo, y detenidamente, mi primera carta, y no cambio ni un ápice de todo cuanto en ella expongo, y menos después de que últimamente hayan aparecido también casos en Malta, donde el Papa lloró amargamente, y de que haya algunos obispos también implicados. Como ya decía entonces, no serían los últimos. ¿Es posible que España también esté implicada? Me temo que sí.

3. Hace referencia a 1 Cor, 7, 9: yo también hacía referencia. San Pablo decía que “es mejor casarse que abrasarse”. Pero también dice que, respecto a ese tema, “precepto del Señor no tengo” (1 Cor, 7, 25). Qué duda cabe que el célibe puede más libremente dedicarse al Señor. Pero si no hay precepto del Señor, ¿por qué se impone a todo el que se siente llamado al sacerdocio?

4. Lo que dice respecto al número de hombres y mujeres y que “alguien tiene que quedarse sin pareja”, me parece una nadería que ni es cierto ni añade nada al tema que nos ocupa.

5. De lo que se trata, pues, es de que el celibato debería ser opcional. Creo que, orientadas y satisfechas por el sacramento del Matrimonio la afectividad y la sexualidad, muchos de estos casos podrían evitarse. Ésa es mi tesis.

6. El Papa, valientemente, está haciendo frente a toda esta podredumbre oculta hasta ahora. Pero es tal la dimensión de los hechos que están minando, como nunca quizás, los cimientos de la Iglesia de Dios. Esto debería, a mi modesto modo de entender, llevar a planteamientos muchos más radicales y profundos que la sola acusación o castigo.

7. Finalmente, por supuesto que son el Papa y los obispos quienes deben valorar los problemas y circunstancias. Pero también el Espíritu puede soplar donde quiere, dentro del Pueblo de Dios. También este Pueblo, inspirado por el mismo Espíritu, puede ayudar al Papa y a los obispos: “Vox populi, vox Dei”, decía san Agustín, si mal no recuerdo.

En el nº 2.707 de Vida Nueva.

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