ÁNGEL ALABADI SORIANO (CORREO ELECTRÓNICO) | Con gran tristeza he leído el manifiesto que en el número 2.902 de Vida Nueva se publica bajo el título Católicos catalanes reclaman la consulta.
Tras una pausada lectura, creo que lo que allí se defiende no es la consulta, sino la independencia. Es claro y evidente que todo el mundo tiene derecho a defender sus ideas políticas, pero donde discrepo rotundamente es cuando estas se intentan argumentar con la religión.
Soy valenciano de hondas raíces y con gran pena compruebo cómo la historia es susceptible de interpretaciones muy diferentes. Su mistificación, exagerando las diferencias y borrando lo común fruto de tantos siglos de caminar juntos, alimenta el victimismo y el resentimiento, con lo cual es muy difícil construir nada.
Benedicto XVI, en la Deus Caritas est, nos dice: “Es propio de la estructura fundamental del cristianismo la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios”. Asimismo, el Concilio Vaticano II habla de “el reconocimiento de la autonomía de las realidades temporales”.
Contemplando la historia desde el prisma que se quiera, son claras las grandes catástrofes que la mezcla de estas dos realidades le han originado a la humanidad. Hoy somos testigos del horror en Siria, Sudán, Bagdad, etc. También en nuestro pasado reciente tuvimos que soportar el nefasto nacionalcatolicismo.
Con toda humildad, y sin acritud, me parece una pirueta interpretar la exposición del hoy santo, el papa Juan Pablo II en su intervención ante la ONU en el año 1995, como algo aplicable a la realidad actual de Cataluña. Al respecto, recomiendo el artículo [ver] publicado en La Vanguardia el domingo 16 de febrero pasado, en el que se recogen varias exposiciones del poeta Juan Maragall [ver] sobre el citado tema.
Finalmente, rogaría a los hermanos en Cristo que suscriben el referido manifiesto que consideren en profundidad las consecuencias que podría originar una posible ruptura en una sociedad tan plural como la catalana, y también en el resto de España, con tantos vínculos que nos unen humana y socialmente.
En el nº 2.905 de Vida Nueva
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