SEBASTIÀ TALTAVULL ANGLADA | Obispo auxiliar de Barcelona
En el Evangelio aparece que nuestra “lógica” no siempre está en consonancia con la “lógica” de Jesús. Jesús lo pone en evidencia al decir que “los primeros serán los últimos y los últimos, primeros”, o, dirigiéndose a sus discípulos y constatando como actúan los gobernantes, les dice: “vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor”, o cuando alguien escoge los primeros puestos: “todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Y una infinidad más.
También María, la madre de Jesús, proclama en el Magníficat la “lógica” de una sociedad que Dios la quiere al revés: “Dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. Los primeros cristianos han entendido la “lógica” de Jesús y la ponen en práctica. Sin embargo, cuando muchas veces se favorece una organización piramidal, quizá nos resulta más difícil entender que, en nombre de Jesús, hay que invertir la pirámide e impulsar una Iglesia de comunión.
Hace pocos días, el papa Francisco, refiriéndose a los organismos de comunión de la Iglesia particular: consejo presbiteral, colegio de consultores, capítulo de los canónigos y el consejo pastoral, ha dicho que “solamente en la medida en la cual estos organismos permanecen conectados con lo ‘bajo’ y parten de la gente, de los problemas de cada día, puede comenzar a tomar forma una Iglesia sinodal: tales instrumentos, que algunas veces proceden con desánimo, deben ser valorizados como ocasión de escucha y participación”. La renovación ha de venir sobre todo de aquellas actitudes que invierten la pirámide y seguir –aunque parezca ilógica– la “lógica del Evangelio”, la “lógica de Jesús”.
En el nº 2.963 de Vida Nueva.