(Ramón Armengod– Embajador de España) El establecimiento del Estado de Israel en 1948 fue la puesta en práctica de una pasión histórica, basada en una de las tradiciones monoteístas, el Antiguo Testamento de la Biblia, interpretada y realizada por la fuerza, aprovechando precisamente el poder de la diáspora y los contactos del pueblo de Israel por el mundo cristiano protestante, que al principio del siglo XX era el más poderoso y rico de nuestro planeta.
Las últimas persecuciones del judaísmo en la Europa del siglo XIX se convirtieron en el arma más poderosa para obtener la protección de dichos cristianos de la Biblia entera, los protestantes anglosajones, en el asentamiento de una provincia turca de algunos retornados del pueblo judío. Si dicho territorio turco hubiese estado despoblado, tal actuación se hubiera convertido en una colonización inofensiva, pero estaba ya bien poblado por campesinos islámicos y por algunos religiosos de las diversas iglesias cristianas, siendo Jerusalén, además, ciudad santa no sólo para Israel, sino para los monoteísmos cristiano e islámico.
Ahí se encuentra el origen de un conflicto que tiene más años que el Estado de Israel, que nadie parece capaz de resolver y que, por estar lo que podemos llamar Tierra Santa en una región internacional económicamente estratégica y políticamente inestable, es causa de una serie de conflictos bélicos, con elevación del nivel cada vez más amplio de peligrosidad para los seres humanos, las sociedades, las estructuras, etc., al compás del uso de tecnologías mortíferas, no sólo en los campos de batalla, sino sobre todo en las retaguardias de Estados, cada vez más fallidos dentro de sus fronteras postcoloniales.
Los acontecimientos de 1948 y sobre todo la anexión en 1967 de los restantes territorios de la Palestina histórica significan para Israel un fracaso doloroso, en la medida en que Naciones Unidas sigue calificando tal ocupación de “inadmisible por la fuerza” (Resolución 242 del Consejo de Seguridad). La continua alusión al Holocausto, es decir, la persecución a los judíos, a pesar de la insistencia sionista, no pasa de ser una de las tantas matanzas étnicas sufridas por la humanidad en el siglo XX y en este comienzo del XXI.
La amarga violencia de los palestinos ha ido en aumento al son de sus fracasos; pero para los Estados árabes, enemistados entre sí, el único punto obligado de acuerdo común es la liberación del espacio que la legalidad internacional considera territorio palestino; en el caso de los islamistas árabes y no árabes, radicales, el objetivo es liquidar la presencia judía en Palestina. Pero lo más peligroso es, junto con el problema de los refugiados palestinos, la enemistad y el extremismo crecientes en ambas partes del conflicto.
Factor de crisis
La sombra que ello proyecta en la política mediterránea de Europa, en las relaciones que el mundo árabe mantiene con Occidente y sobre las tensiones internas entre los gobiernos árabes, sus opositores y su opinión publica, son factor constante de crisis en el mundo árabe actual.
Además, la presión que el conflicto ejerce sobre las minorías no islámicas de la zona está reduciendo a una presencia testimonial la existencia de las comunidades cristianas en casi todos los países del Próximo Oriente: los cristianos son infiltrados occidentales para los islamistas, además de árabes camuflados para los judíos sionistas.
Por último, un toque económico: se calcula que, desde 1949 a 2006, el gasto de ayuda directa a Israel por parte de los Estados Unidos se eleva a 120.000 millones de dólares, y a 35.000 millones las indemnizaciones pagadas por Alemania por su destrucción de vidas y patrimonios judíos en la época nazi… Los palestinos han tenido mucha menor suerte con las aportaciones de sus hermanos árabes y de la Unión Europea dentro de la política mediterránea.
En cuanto al futuro de Israel, tras la batalla perdida en el sur del Líbano en el verano de 2007 contra los extremistas islámicos, que atenazan este país, hace que la vigilancia sobre Irán y Siria sea mas estrecha por parte judía, y el desenlace de esta situación no sólo va a afectar al liderazgo mundial estadounidense, sino que puede originar una crisis mucho mayor que la que está provocando el alza de los precios del petróleo, como consecuencia de la devaluación del dólar y de la entrada de grandes consumidores como China e India en el mercado global de la energía.