(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)
En muchos presbiterios se celebra estos días la fiesta de Juan de Ávila, patrón del clero secular español. Muchas generaciones se forjaron a la sombra de esta figura, de la que Pablo VI dijo que “supo captar los problemas de una nación que en aquel entonces abría su seno al mundo nuevo recientemente descubierto y supo asimilar con espíritu de Iglesia las nuevas corrientes humanísticas, reaccionando con visión certera ante los problemas del sacerdote”. Mientras tanto, se anuncia un Año Sacerdotal en torno a la figura de Juan María Vianney. Buena ocasión también para volver a la esencia y misión del sacerdocio, bien definida en Presbyterorum Ordinis, Celibatus Sacerdotalis y Pastores Dabo Vobis. Sobre estos raíles avanzará una buena puesta a punto, más allá del controvertido Directorio Castrillón, que más que aplicar, interpreta. La oración, la meditación asidua en los misterios de Dios y un estudio oportuno sacarán a muchos presbiterios del pensamiento único al que se ven conducidos. Abrirse a Dios es abrirse a quienes hay que servir con pasión evangelizadora. No es hora de detenerse en nanerías, sino de ir a lo esencial, que es la entrega generosa y valiente, y no la búsqueda de la última moda en traje talar. El sacerdote necesita hoy la cálida acogida de sus obispos, a veces muy lejanos, la fraterna vida con su presbiterio, a menudo fragmentado, y una formación doctrinal, afectiva, humana y eclesial que mire a la humanidad con los ojos de Dios. La búsqueda del escalafón, el liturgismo sin sentido, el engreimiento doctrinal, el sentimiento de casta y una clara división entre clero alto y bajo pudieran afectar, a la larga, al ministerio consagrado.
Publicado en el nº 2.659 de Vida Nueva (del 9 al 15 de mayo de 2009).