Jubilar la sota de bastos

PEDRO ALIAGA, trinitario

“Si habla usted con Dios, háblele bien de nosotros, porque no vamos mucho a misa, pero nos gusta ser buenas personas”. Me llamó la atención esta frase con la que un conocido periodista televisivo se despidió del más joven obispo de España, que aceptó conversar con él en un plató. Me vinieron ecos del cardenal Martini, quien exhortaba a quienes tienen que “enseñar la fe” a no sorprenderse nunca de la diversidad: actitud necesaria, sobre todo con los jóvenes, porque “son muy sensibles a una actitud de escucha sin juicios”.

La gran constatación sobre el papa Francisco es que la gente sencilla lo quiere. Es el “Papa de la gente”, como ha sido definido en las páginas de Time. Muchos gestos y ciertas palabras suyas tienen la virtud de desatar una ola inmensa de simpatía y afecto hacia Francisco, con una fascinación a la que es difícil sustraerse.

Ciertamente que este Papa se está revelando, ante todo, como un catequista excepcional, con un método fácilmente asequible y comprensible para todo el mundo, que está acercando el mensaje de Cristo a mucha gente alejada.

Pero no debe perderse de vista que el método es aquí secundario; a Francisco se le escucha porque, previamente, se le quiere, gracias a gestos tales como poner el chupete en la boca a un bebé que llora o estremecerse por una niña enferma; o por palabras tales como agradecer a los religiosos las humillaciones con que a menudo son obsequiados, o dar ánimo a aquellos cristianos que no son escuchados por el obispo, porque no se dedican a regalarle los oídos.

En septiembre, participando en una audiencia pública en la Plaza de San Pedro, pasé un memorable rato de risa. Una abuela calabresa, que había logrado que su nieto de dos años pasara a primera fila y fuera saludado por el Santo Padre, le gritó con la mayor sencillez del mundo: Grazie, Ciccio!, algo así como “gracias, Paquito” en nuestra lengua. La cosa fue dicha con tanta gracia y espontaneidad que no olvidaré nunca la cara de risa de los muy serios guardaespaldas del Vaticano.

No deben perder tiempo los vaticanistas buscando sesudas explicaciones a la ola de afecto y esperanza que ha suscitado este Papa. La gota de miel puede más que el barril de vinagre, que dijo san Francisco de Sales. La verdad desnuda no es reveladora ni amiga del hombre; la verdad dura no cura, que enseñaba Laín Entralgo.

Dios misericordioso nos ha hecho un buen regalo en 2013. Un Año de la fe que empezó con la sabiduría y la humildad de un Papa teólogo y que se ha concluido con la esperanza de un Papa que habla claro y que toca el corazón. En esta Navidad, jubilemos la sota de bastos. Lleva mucho tiempo presidiendo demasiadas salas en la Iglesia. Se tiene merecidas unas buenas vacaciones. A ver si les toma gusto y, comprando batidoras y lotes de mantas, se nos pierde por donde san Pedro perdió la gorra.

En el nº 2.876 de Vida Nueva. Sumario del número especial

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