(Vida Nueva) Judíos y cristianos están llamados a trabajar por un mundo mejor, pero ¿cómo superar siglos de mutuos recelos e incompresiones? Sor Ionel Mihalovici, directora del Centro de Estudios Judeo-Cristianos, en Madrid, y el profesor Antonio Rodríguez Carmona, de Granada, ofrecen en los Enfoques algunas claves para reactivar el necesario diálogo.
Desconocimiento, ignorancia y todavía muchos prejuicios
(Sor Ionel Mihalovici– Directora del Centro de Estudios Judeo-Cristianos, Madrid) La Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II, promulgada en 1965, ha sido una importante enseñanza básica para orientar las relaciones con los judíos y el judaísmo. Ponía fin a prejuicios y falsas interpretaciones de las Sagradas Escrituras y a muchos tópicos que se encontraban en la raíz de tantos sufrimientos ocasionados al pueblo judío.
Desde esta Declaración han pasado 43 años, durante los cuales se intentó profundizar y aplicar las directrices del Concilio. Juan Pablo II animó este trabajo con numerosos discursos e interpretaciones de las Sagradas Escrituras. Recordó, entre otras cuestiones, que la alianza de Dios con Israel no fue nunca derogada, que los judíos son nuestros hermanos mayores en la fe y que el que se encuentra con Jesucristo se encuentra con el judaísmo. No fueron sólo palabras, sino también la puesta en práctica de sus enseñanzas: se podría citar su visita a la sinagoga de Roma, la primera de un Papa; la oración de petición de perdón a Dios por los males infligidos al pueblo judío; su visita a Israel, donde rezó ante el Muro Occidental y se encontró en el memorial de la Shoá con algunos de sus amigos judíos polacos, supervivientes del exterminio nazi.
En la Carta Ecuménica, también las Iglesias protestantes insisten en la necesidad de manifestar el vínculo de la fe cristiana con el judaísmo, y de la importancia del diálogo judeo-cristiano.
En todas estas enseñanzas y exhortaciones se basa la exégesis actual. El estudio, a la luz de esta Tradición judía, de la Palabra de Dios revelada en la Biblia nos hace ver todo lo que tenemos en común judíos y cristianos, y exige también saber respetar las diferencias. La reciente publicación por la Pontificia Comisión Bíblica de El pueblo judío y las Escrituras Sagradas en la Biblia Cristiana insiste en la importancia de este estudio y del conocimiento de las fuentes judías para una verdadera exégesis.
Uno de los trabajos importantes en la actualidad es la reflexión sobre los vínculos entre la liturgia judía y la liturgia cristiana: el ritual del Séder (Cena Pascual judía) y la Eucaristía, la oración del Qadish y la del Padre Nuestro…
Otro de los adelantos actuales en las relaciones judeo-cristianas consiste en hacer memoria de los sufrimientos sin comparación que trajo consigo el nazismo. Así, en 1998, por deseo expreso de Juan Pablo II, un grupo de expertos elaboró el documento Nosotros recordamos, una reflexión sobre la Shoa. A pesar de no ser enteramente satisfactorio, es un texto que recuerda a los católicos que no se trata únicamente de considerar el pasado.
Éstos y otros documentos del Vaticano II, desgraciadamente, son todavía desconocidos o ignorados por una gran parte de los cristianos, y muchos prejuicios no están del todo eliminados. No se insiste suficientemente en la importancia de la educación de los niños.
Judíos y cristianos intentan trabajar juntos para llevar el nombre de Dios a todos los hombres y para construir un mundo de fraternidad entre todos los habitantes de la tierra. Para hacer realidad esta colaboración, 171 rabinos de los Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel publicaron en 2000 el documento Dabru Emet (Decid la Verdad), con el que quieren dar una respuesta positiva y “ponderada” a los cambios de las Iglesias cristianas y aclaran las bases de nuevas relaciones entre judíos y cristianos.
Sin embargo, a pesar de la voluntad sincera de escucha de la Palabra, de diálogo y de colaboración, dos milenios de enfrentamientos no se pueden borrar en 43 años. Surgen, a veces, incomprensiones y choques, como, por ejemplo, la del Carmelo de Auschwitz, la oración del Viernes Santo, autorizada para un grupo minoritario de cristianos herederos del cardenal Lefèbvre, o la canonización de Pío XII.
Pero un diálogo sincero y confiado llega a superar ésas y otras dificultades. Así, aunque hay todavía notas incorrectas en muchas biblias e interpretaciones antijudías del Nuevo Testamento, se ha iniciado hace ya algún tiempo una nueva lectura de los Evangelios y de las Cartas de San Pablo a la luz de la historia y los escritos descubiertos en Qumram; en muchos países europeos se celebra un día consagrado al conocimiento del judaísmo en todas las iglesias; organizaciones internacionales (‘Memoria’) trabajan para que la Shoá sea comprendida y recordada; la ONU decretó el 27 de enero día consagrado a la memoria del Holocausto para todos los países miembros; en la Asociación ‘Simón Peres por la Paz’, judíos, cristianos, musulmanes y laicos trabajan juntos por la paz en Oriente Medio; los estudios realizados en común por la Comisión Internacional Mixta Judaísmo-Iglesia Católica son de suma importancia, sobre todo, cuando resurgen algunas dificultades e incomprensiones por ambas partes…
Finalmente, habría que subrayar el hecho de que, por primera vez en la historia, un rabino, el Gran Rabino de Haifa, ha sido invitado al Sínodo de los Obispos para dirigirles la palabra, un Sínodo cuya conclusión número 52 recuerda que “el diálogo entre cristianos y judíos pertenece a la naturaleza de la Iglesia”.
Paciencia y comprensión contra las dificultades y reticencias
(Antonio Rodríguez Carmona– Catedrático emérito de NT. Facultad de Teología de Granada) En España, quizás debido a la reducida presencia de judíos, el tema del diálogo judeo-cristiano nos cae un poco lejos, al pueblo cristiano en general, y lo que es más grave, al mundo teológico en particular. Con todo, el panorama no es del todo negativo, pues existen grupos activos de diálogo y reflexión en ciudades importantes donde la presencia judía es notable, como Madrid y Barcelona, y publicaciones, como la meritoria revista El Olivo, del Centro de Estudios Judeo-Cristianos de Madrid.
En este campo, la Iglesia en España tiene una tarea importante, complementaria de la que realizan los diversos grupos más o menos oficiales de diálogo entre la Santa Sede y el Gran Rabinato de Israel. En la web de la Santa Sede (Curia Romana-Pontificios Consejos-Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo) y en la de Relaciones Judeo-Cristianas se pueden comprobar los documentos y declaraciones publicados, fruto de muchos años de diálogo teológico y otros encaminados a la mutua colaboración en el trabajo por un mundo mejor. Desde la Declaración Nostra Aetate del Vaticano II se han dado grandes pasos en el camino del mutuo conocimiento y colaboración, teniendo en cuenta el punto de partida que ha sido siglos de desconocimiento y hostilidad por ambas partes, lo que ha dejado una profunda huella negativa en unos y otros. Dialogar en este contexto implica mucha paciencia y comprensión. Lo importante es no cansarse y continuar dialogando a pesar de las dificultades.
Por parte judía, no todos ven con claridad la utilidad de este diálogo, del que desconfían como un medio de proselitismo solapado, y los que dialogan a veces están muy condicionados por un afán de revisionismo histórico y una suspicacia que hace que se alarmen ante cualquier gesto que consideran hostil, como actualmente la posible beatificación de Pío XII o la autorización del antiguo misal de Pío V con las peticiones del Viernes Santo por la conversión del pueblo judío.
Por parte católica, también hay reticencias en las altas esferas, superadas por la actitud abiertamente favorable de Juan Pablo II y Benedicto XVI. La gran dificultad por parte católica es evitar todo irenismo y exponer claramente la fe católica con sus exigencias, entre las que tienen un lugar importante la confesión de Jesucristo como único salvador. Por este lado, se han dado pasos importantes. Reconocemos que los “judíos, por la gracia de los padres, permanecen todavía amados por Dios, cuyos dones y llamadas son sin arrepentimiento (Nostra Aetate, 4) y, por ello, la primera alianza sigue vigente, no ha sido derogada. El pueblo judío es “el pueblo de Dios de la antigua alianza, que no ha sido nunca revocada” (Juan Pablo II, 17-XI-80), por lo que hay que evitar la idea de pueblo castigado. En este contexto, debe quedar claro que la Iglesia tiene que anunciar a Jesucristo como único medio de salvación; no puede presentar cristianismo y judaísmo sin más como dos vías paralelas de salvación. La Iglesia reconoce como parte integrante de su fe el Antiguo Testamento y hace una lectura propia de este testamento, pero esta lectura no invalida la lectura judía del mismo.
Por parte judía, se abre paso un sector que mira con ojos nuevos a Jesús de Nazaret, a Saulo de Tarso, a la Iglesia, y en Europa están disponibles para unirse con los cristianos en la oposición al laicismo creciente…
Creo que es necesaria una mejor y más amplia acogida de estos pasos por parte de la Iglesia en España. Por un lado, el mundo teológico debe hacerse más presente en toda la problemática que está poniendo de relieve el diálogo actual. El documento de la Pontificia Comisión Bíblica de 2001 sobre la Biblia Judía (que desgraciadamente ha tenido una pobre recepción entre nosotros) ha aportado pasos interesantes, pero queda mucho camino por aclarar y profundizar: la relación entre primera y segunda alianza, la relación soteriológica entre judaísmo y cristianismo, aclarar la relación entre diálogo y misión a todas las gentes… Por otro lado, los documentos romanos piden que esta temática entre en las facultades eclesiásticas, seminarios, y en el nivel adecuado, también en la catequesis general. A nivel popular, es alarmante la ignorancia que se tiene del pueblo judío. En general, se ignora todo lo referente al judaísmo rabínico actual. Para la mayoría, los judíos son “personas que han rechazado a Cristo y se han quedado en el AT”, desconociendo el desarrollo experimentado por el pueblo judío desde el siglo I hasta hoy. Y lo que es peor, este conocimiento suele ser negativo y calumnioso.
En el nº 2.643 de Vida Nueva.