La “mala prensa” de la Iglesia en España

La “mala prensa” de la Iglesia en España

Ilustracion Imagen Iglesia(Vida Nueva) Los estudios constatan la “mala” imagen que la Iglesia católica proyecta en la sociedad española. En la revista Vida Nueva nos preguntamos, ¿esa imagen es la auténtica? ¿A qué se debe ese concepto negativo por parte de la gente? Luis Fernando Vílchez y José María Avendaño nos ofrecen su postura sobre el tema.

Imagen, prejuicios y verdades

Luis Fdo Vilchez

(Luis Fernando Vílchez M.– Profesor de la Universidad Complutense) Los estudios de opinión vendrían a demostrar que la imagen de la Iglesia en la sociedad española no es positiva. Esta afirmación, expresada sin matices y con mucho de percepción globalizadora, invita cuando menos a hacernos dos preguntas: ¿es cierta esa imagen negativa? Y, si los datos la avalan, ¿a qué se deben, cómo hay que interpretarlos?

Las encuestas del CIS muestran de manera continuada que, cuando se pregunta a los españoles por la importancia para ellos de algunas realidades, la religión alcanza una puntuación baja, algo por encima de la política, ocupando el primer puesto, de manera habitual, la familia. Ocurre lo mismo cuando esas encuestas recogen la valoración de diversas instituciones, entre ellas la Iglesia, donde ésta aparece sistemáticamente en los últimos lugares. Los Informes de la Fundación SM reflejan parecidos resultados, en este caso desde la perspectiva de los jóvenes. La publicación Xtantos, lanzada para apoyar la campaña de financiación de la Iglesia, con ocasión de la declaración de la renta, cita un Estudio (marzo de 2007) del Secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia de la CEE, que confirmaría la existencia de esa imagen negativa.

La respuesta, pues, a la primera pregunta es que la imagen es cierta. Con algunos matices: Se pregunta por “la Iglesia”, como un constructo en el que entran muchos aspectos y, sobre todo, muchas y diversas personas, con distintos roles, niveles de implicación o de representación. Al menos, cabría cuestionar: ¿de qué Iglesia hablamos cuando hablamos de Iglesia? Sólo los estudios de la Fundación SM permiten matizar, porque incluyen muchos elementos y plantean diversas cuestiones relacionadas con el tema, pero se circunscriben a la población juvenil. Otras veces se pregunta por la religión y, cuando se leen los resultados y/o sobre todo cuando son publicados por los medios, aparece por extrapolación una imagen de la Iglesia. En ocasiones (encuestas del CIS), se pregunta por los “religiosos”, sin especificar a qué colectivo se refiere. Al hablar de la imagen de una realidad tan compleja y poliédrica, como la Iglesia, debe tenerse en cuenta que, según las teorías del conocimiento social y otras, las imágenes sociales son el resultado de muchos elementos. Entre otros y ciñéndonos a quienes responden: experiencias personales o cercanas, conocimiento-desconocimiento de la realidad valorada, nivel de formación en general y sobre el tema cuestionado, estereotipos, prejuicios, imágenes fijadas en el tiempo, sistemas que crean opinión, discursos sociales prevalentes, etc. Todo ello genera un imaginario social del que la mayoría participa y que provoca determinadas respuestas cuando a la población se le pregunta qué opina sobre “la Iglesia”. Son respuestas reales, pero no necesariamente matizadas.

En la encuesta a los sacerdotes diocesanos en activo realizada en marzo de 2007 (21rs, Verbo Divino, 2007), corroborada por otra próxima a aparecer, dirigida a laicos comprometidos, se encuentran, a nuestro modo de ver, explicaciones razonables a la segunda pregunta, el porqué de esa imagen negativa. Se trata, a juicio de los que responden en ambos casos, de un conjunto de factores, todos ellos importantes para los que opinan, cuya jerarquía es la siguiente: Desconocimiento de lo mucho y bueno que hace la Iglesia. No ver, de cerca, personas entregadas, como podría ser la figura admirable de un misionero. Identificación reductiva de Iglesia con jerarquía. Opinar en general, no de sacerdotes a los que se conoce y valora. Falta de testimonio de los creyentes. Laicismo de la sociedad. Prejuicios y estereotipos. Problema de comunicación de la propia Iglesia.

Las encuestas no son una fotocopia de “la realidad”, aunque reflejen de manera certera lo que sobre ella piensa la gente. Conviene, sin embargo, examinarlas con detención y, si corresponde, sentirse llamados a la reflexión y a la autocrítica. Sobre todo, cuando están hechas con rigor, los datos son consistentes y coincidentes, y cuando los que, al opinar, dan un “tirón de orejas” son los mismos que señalan, en esas o parecidas encuestas, otros hechos positivos, que sí “agradan”, o valoraciones con las que el lector está de acuerdo. Una política de veracidad, transparencia y comunicación eficaz, como dice el citado folleto de la CEE, es un buen camino. Personalmente, me uno a los que opinan que se conoce poco lo mucho y bueno que la “Iglesia de todos” hace por la “sociedad de todos”. Hay que darlo a conocer, pero también que los datos de las encuestas “nos den que pensar”.

Sin meter ruido

Javendano 9

(José María Avendaño Perea– Vicario General de Getafe) No pongo en duda las encuestas; tampoco cuestiono que haya motivos sólidos en los que se basan algunos para afirmar su descontento o desconfianza hacia la Iglesia; únicamente pretendo mostrar la experiencia de quienes caminamos en la Iglesia sabiendo que la verdad no se impone, sino en virtud de su propia fuerza y en el momento favorable.

Al abordar el tema de la financiación de la Iglesia católica en España, mi corazón mira a las parroquias ubicadas en los barrios o pueblos, a los movimientos o asociaciones. Comunidades cristianas que, siguiendo al Buen Pastor, se dirigen a las encrucijadas y cañadas que se abren en el espesor de la vida con el deseo de que “te conozcan a Ti, Padre, y a Tu enviado Jesucristo” (Jn 17, 3).

Una Iglesia que, a pesar de la fragilidad cotidiana, vive encarnada junto a los hombres y mujeres en este mundo que Dios ama apasionadamente, hermanados desde su Amor en el servicio fraterno, el diálogo, el respeto, la amistad, la libertad, la humildad, con quienes andan en busca de sentido y felicidad, en busca de Dios. La Iglesia existe en la historia y camina vinculada a la humanidad, sabiendo que las características sociales y las coyunturas históricas influyen en ella y en sus actuaciones.

He visto a obispos, seglares, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y consagrados mezclándose como la levadura en la masa, injertados en la Trinidad Santa, que salen al encuentro del hombre, siendo testigos humildes que se abajan hacia los más pobres de entre los pobres con entrañas de misericordia; se acercan al mundo de la enfermedad, del dolor y de la muerte, posibilitando espacios de luz en la oscuridad de la vida; cristianos que viven con gozo el ser familia de Dios con la misión de proclamar su Amor infinito por cada hombre: en el trabajo, la familia, la inmigración, la enseñanza, la enfermedad, el desempleo, las cárceles, la vida pública…

Por eso, el Concilio Vaticano II nos clarificó el criterio de la financiación en la Iglesia al decirnos que usemos el dinero para “la ordenación del culto divino, para procurar la honesta sustentación del clero y para ejercer las obras del sagrado apostolado o de la caridad, señaladamente con los menesterosos” (Presbyterorum Ordinis, 17).

La Buena Noticia de “Cristo Resucitado” es presentada y anunciada cada día de muchas maneras en la catequesis, en los diferentes ámbitos de la vida pública como la educación o los medios de comunicación. La experiencia del Amor de Dios derramada en Cristo Jesús conduce a la Iglesia a reconocer en el prójimo el rostro de Cristo, de manera particular en el pobre y el necesitado. Cáritas, Manos Unidas, Justicia y Paz, las delegaciones de Pastoral Social, con los miles de voluntarios… son testigos de la entrega a los demás sin esperar nada a cambio. Cáritas invirtió en toda la geografía nacional 170 millones de euros en programas de asistencia social y desarrollo. Entre nosotros hay personas que se han consagrado al servicio de Dios y de la Iglesia: en España hay cerca de 20.000 sacerdotes seculares. La Iglesia vive y expresa su fe en comunidad a través de la liturgia (Eucaristía y otros sacramentos), y para ello se necesitan lugares: en España hay 22.700 parroquias.

Mis múltiples encuentros en diferentes campos de la acción social me llevan a vivir con alegría, porque el Señor ha salido a nuestro encuentro por medio de la Iglesia en la vida de personas sencillas, sin otro afán que el de mostrarnos un camino que conduce al encuentro con Dios, y todo esto sin ocultar las tentaciones o el pecado de algunos hijos de la Iglesia que, aunque pronunciamos el Nombre sagrado de Dios, en ocasiones lo manchamos con nuestro antitestimonio.

La campaña Xtantos es explícita, porque es verdad que se desconoce gran parte de la tarea de la Iglesia, pero también es verdad que en la Buena Nueva que proponemos lo hacemos con criterios que no son los del protagonismo, la vanidad o la autoafirmación, sino los de sembrar y que otros recojan el fruto, como nos enseña Jesús en el Evangelio, conscientes de que la Iglesia, con el aliento y la fuerza del Espíritu Santo, comunica la vida divina al hombre, con la misión de elevar la dignidad de la persona, afianzar la sociedad y dar a la actividad humana un sentido y una significación más hondas.

La Iglesia –“fuente de la aldea”, en palabras de Juan XXIII– no sólo hace cosas, sino que madruga cada mañana con ánimo de proponer valores encarnados en cientos de personas que son señales de que Dios está vivo. Pues ante un mundo pesimista y con cansancio existencial mostramos, humildemente, la alegría cristiana y la esperanza. En un mundo que, con frecuencia, mira para otro lado ante las injusticias, proponemos la solidaridad. Frente al individualismo, ofertamos la fraternidad. Frente a la violencia, proponemos el amor y el perdón. Donde hay un cristiano, hay una creación nueva.

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