(Lucía Ramón Carbonell– Profesora de la Cátedra de las Tres Religiones de la Universidad de Valencia) A menudo se confunde la autoridad con tener siempre razón, cuando desde una perspectiva humana lo que nos confiere mayor autoridad es reconocer el error, pedir perdón y rectificar. Es entonces cuando demostramos que lo que nos mueve es el amor a la Verdad, aunque ésta nos ponga en cuestión. ¿Pueden los sacerdotes utilizar su posición para cometer abusos sexuales? ¿Pueden las instituciones tener alguna responsabilidad en ello, incluso por omisión? Benedicto XVI ha reconocido que sí y ha pedido perdón varias veces, instando a la Iglesia a colaborar en las investigaciones y a poner los medios para evitarlos en el futuro.
Con ello no sólo ha ganado autoridad moral. Ha hecho algo mucho más importante: justicia a las víctimas. Su curación exige de la Iglesia cuatro pasos que el Papa ha emprendido con determinación: romper el silencio, reconociendo que los abusos han tenido lugar; la escucha compasiva, esto es, voluntad de sufrir con unida a los esfuerzos por aliviar el sufrimiento; proteger al vulnerable de futuros abusos y pedir responsabilidades al agresor; y restituir a las víctimas, es decir, restaurar lo que se perdió debido al acoso por un medio simbólico o material.
Sólo cuando las víctimas han sido escuchadas hasta el final, sin poner su verdad en tela de juicio, cuando se les ha reconocido y han sentido la compasión de otro ser humano, y cuando alguien ha asumido la responsabilidad, pueden experimentar la justicia. Sólo entonces la víctima está en disposición de perdonar y puede liberarse de la vergüenza y de la memoria dolorosa que le oprime. Sólo entonces deja de ser víctima para convertirse en superviviente.