(Piedad Sánchez de la Fuente– Málaga) Ante la nueva encíclica de Benedicto XVI, el mundo se ha quedado como en suspenso y dándose cuenta de que no podemos seguir viviendo como lo hacemos. La humanidad toda –unos más y otros menos– ha captado que este documento no es sólo una encíclica social, que es eso y mucho más. El escrito del Santo Padre profundiza de tal manera que va al corazón de los problemas y nos dice que el núcleo del desarrollo no son las estructuras ni los sistemas políticos, ni siquiera la ayuda humanitaria, sino que el núcleo es el hombre como sujeto del amor y la verdad, apoyado en Cristo, que es ese amor y esa verdad, además de la vida.
La humanidad es una caña cascada, una mecha humeante que lleva en sí misma toda clase de miserias, de dolencias y tragedias y, a la vez, intuye que, si se pone en marcha de la forma que nos pide Benedicto XVI, no será quebrada ni apagada, y podrá volver a brillar con la luz de la verdad radiante y clara con Cristo como faro iluminador.
Nos dice el Papa que, sin la verdad, la caridad es mero sentimentalismo, por eso hay que buscar la verdad y aplicarla al amor que sentimos por el que sufre, por el que está falto de justicia, pero aplicar la verdad es buscarla con afán, sin subjetivismos. Buscamos la verdad, “no mi verdad”, la verdad está en Dios y hay que buscar a Dios con esas dos alas del alma, como decía Juan Pablo II, y que son la fe y la razón. Cuando el amor y el bien se quieren vivir en una cultura relativista y sin verdad, o con una verdad subjetiva, se convierten en presa fácil para la distorsión y acaban por significar lo contrario, haciendo de lo perverso lo bueno.
Dice el Papa: “Todos los hombres perciben el impulso de amar de manera auténtica y verdadera porque ésa es la vocación que ha puesto en cada ser humano”. Y sigue diciendo: “Que primero pensemos en la justicia, pues no se puede dar de lo nuestro sin haber dado lo que le corresponde por derecho”. Amar de verdad es ser primero justos. Hay que leer esta encíclica, que está basada en la Doctrina Social de la Iglesia y, sobre todo, en la Populorum progressio de Pablo VI. Nos ayudará a comprender todos los problemas que vive el mundo porque va a la raíz de ellos y porque nos explica por qué, a pesar de tanto desarrollo y tanta globalización, los hombres estamos cada día más cerca, pero a la vez nos sentimos menos hermanos unos de otros. Éste es el momento, no pensemos en grandes hazañas. Cada uno en su ambiente, sencillo o complicado, con más o menos medios o cultura, todos podemos empezar mirando a Dios y, después, a los que nos rodean y, con la verdad, hacer justicia y amar sinceramente.
En el nº 2.672 de Vida Nueva.