+ AMADEO RODRÍGUEZ MAGRO | Obispo de Plasencia
“Para ser testigo de la cuestión de Dios y poder proponerla, hay que haberla sentido con hondura en el corazón y haberla elaborado en la razón”.
Ser o no ser. Es eso lo que el ser humano se juega en la “cuestión de Dios”. Como ha recordado Benedicto XVI, esa es “la cuestión de las cuestiones”: solo en Dios se le da al hombre la dignidad plena.
En efecto, el Papa, que, además de maestro de la fe, es un maestro en proponer en positivo, se lo acaba de decir al Pontificio Consejo para los Laicos: “Tras la cascada de luz, de alegría y de esperanza que apareció en todo su esplendor en las JMJ, nadie puede pensar que la cuestión de Dios sea irrelevante para el hombre de hoy”.
No obstante, recogido ese precioso testimonio y mostrado como ejemplo, no niega, sin embargo, que hay en nuestro tiempo una mentalidad que impulsa al hombre a renunciar a lo trascendente.
El Papa lo ha reconocido en múltiples ocasiones y, de algún modo, lo hizo también en Santiago de Compostela, al plantear esta pregunta, tras reconocer las necesidades del viejo continente: “¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia a Europa?”. A lo que contesta: “Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como esta: que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida”.
Planteada, pues, la cuestión de Dios en positivo y en negativo, lo que hace el Papa es recordar que para evangelizar hay que partir de la noticia de las noticias: el amor de Dios por el hombre. O sea, en la Nueva Evangelización todo tiene que “recomenzar desde Dios”. También lo había dicho Evangelii Nuntiandi, el documento que abre la puerta a la evangelización en el mundo contemporáneo: “Evangelizar es dar testimonio de que Dios ha amado al mundo en su Hijo Jesucristo”.
Este planteamiento pastoral para nuestro tiempo y sus circunstancias pone de relieve que, para ser testigo de la cuestión de Dios y poder proponerla, hay que haberla sentido con hondura en el corazón y haberla elaborado en la razón con una convicción bien asentada en la tradición viva de la Iglesia. No es posible evangelizar con una fe que no esté anclada en Dios como sentido de la existencia humana. Por eso, sobra toda obviedad en la transmisión de la fe.
En el nº 2.779 de Vida Nueva