(Vida Nueva) El próximo 17 de marzo, Benedicto XVI visitará por primera vez África, concretamente Camerún y Angola. Con este motivo, Vida Nueva plantea en sus ‘Enfoques’ el viejo debate sobre el tipo de evangelización que necesita hoy día un continente y una Iglesia donde “no es oro todo lo que reluce”, tal y como nos recuerda el periodista y ex misionero José Carlos Rodríguez. La otra reflexión es del ex Redactor Jefe de la revista Mundo Negro, Gerardo González Calvo.
De la inculturación a la justicia
(Gerardo González Calvo– Ex Redactor Jefe de ‘Mundo Negro’) Del 17 al 23 de marzo, Benedicto XVI realizará su primer viaje a África. Coincide esta visita con tres acontecimientos importantes: la preparación del segundo Sínodo africano, que tendrá lugar en el Vaticano el próximo mes de octubre; la celebración de los 500 años de la evangelización de Angola; y el 40º aniversario del primer viaje de un Papa a África, el realizado por Pablo VI a Uganda del 31 de julio al 6 de agosto de 1969. El Papa que más veces ha viajado al continente africano es Juan Pablo II: un total 10 visitas entre 1980 y 2000.
La Iglesia en África ha evolucionado mucho en los 40 años que median entre la visita de Pablo VI y la que va a realizar ahora Benedicto XVI. Había entonces 36 millones de católicos con 140 obispos; actualmente, hay algo más de 160 millones de católicos con 650 obispos. Esto quiere decir que hoy la Iglesia del continente negro está prácticamente africanizada. Ha cristalizado la propuesta que hizo Pablo VI en su discurso durante la celebración del Simposio de los Obispos africanos en Uganda: “Vosotros, africanos, sois de ahora en adelante los misioneros de vosotros mismos”. El mismo Pablo VI subrayó entonces: “Una cuestión muy viva y discutida se presenta a vuestra obra evangelizadora, la de la adaptación del Evangelio, de la Iglesia, a la cultura africana”.
Se trata del problema de la inculturación, que se abordó ampliamente en el primer Sínodo africano, celebrado en 1994. Fue precisamente en Camerún donde Juan Pablo II presidió, en septiembre de 1995, las celebraciones de clausura del Sínodo y donde presentó sus conclusiones en la exhortación apostólica Ecclesia in Africa. Y va a ser en ese mismo país centroafricano donde Benedicto XVI entregará a los representantes de las conferencias episcopales del continente el documento del Instrumentum laboris para preparar el segundo Sínodo africano, que tiene como tema principal la reconciliación, la justicia y la paz en el contexto del esfuerzo renovado de la evangelización.
Si en el primer Sínodo africano el dilema que se planteaba era cómo ser cristiano sin dejar de ser africano, ahora la cuestión es cómo ser africano sin renunciar a todos los derechos inherentes a la persona humana. Hay todavía demasiados conflictos que condenan a millones de africanos a la pobreza y a la indefensión, que causan decenas de miles de víctimas -en Somalia, Sudán y República Democrática de Congo-, que provocan constantes éxodos de civiles, que sirven de pretexto para la explotación de los recursos naturales. Aunque en África se han implantado con bastante arraigo los sistemas políticos pluripartidistas desde 1990, las prácticas democráticas de bastantes dirigentes dejan mucho que desear y hacen de la corrupción un modo de gobierno que ahonda aún más el empobrecimiento de los ciudadanos.
Las multinacionales, como aliadas de los gobiernos occidentales, orientales y latinoamericanos, están saqueando el continente con una codicia que está dando origen a lo que podríamos llamar la tercera colonización. Si a esto añadimos la iniquidad de un modelo de comercio internacional que penaliza los productos africanos, no es de extrañar que en muchos países se viva hoy peor que hace cuarenta años.
La Iglesia africana es consciente de que la evangelización tiene que responder hoy a las acuciantes necesidades de los africanos y contribuir a que se haga justicia con ellos. El recientemente fallecido teólogo camerunés Jean-Marc Ela hablaba insistentemente del “grito del hombre africano”. Murió el pasado 26 de diciembre en Vancouver (Canadá), donde se exilió en 1995 para no correr la misma suerte que su compatriota, el jesuita Engelbert Mveng, que sufrió un bárbaro asesinato ritual ese mismo año. “No se puede hablar de Dios -escribió Ela- sin antes preocuparse por ver brillar su imagen en los rostros de cada hombre y de cada mujer”. Tuve la suerte de poder hablar con estos dos grandes teólogos, apenas conocidos en España. Les dolía profundamente -en el sentido unamoniano de la expresión- el continente africano, porque veían la imagen de un Cristo lacerado en la mayoría de sus habitantes; pero nunca perdieron la esperanza de que los africanos alcanzarán su liberación.
No es oro todo lo que reluce
(José Carlos Rodríguez Soto– Ex misionero y periodista) Hace unos quince años trabajaba yo en la parroquia de Kitgum, en el norte de Uganda, cuando un nuevo párroco italiano tuvo la idea de reemplazar el viejo Via Crucis de la iglesia, que mostraba a un Jesús rubio, por otras imágenes de un artista congoleño en las que Cristo, los apóstoles, la Virgen, los soldados y las santas mujeres eran todos negros y vestían a la africana. Visiblemente satisfecho, lo presentó como un modelo de inculturación. Nuestros feligreses contemplaron el cambio -para el que nunca fueron consultados- sin ningún comentario. Cuando, a los tres años, el buen hombre fue reemplazado por un nuevo sacerdote, el consejo parroquial exigió que se volvieran a colocar los cuadros antiguos. “Jesucristo, la Virgen y los apóstoles son blancos, y punto”, sentenció el anciano líder de los católicos.
¿Eran aquellos cristianos víctimas de una opresión cultural? Una pregunta así es típica del debate sobre la “inculturación”. El concepto tomó carta de ciudadanía desde que Pablo VI, durante su visita a Uganda en 1969, proclamó: “Vosotros podéis y debéis tener un cristianismo africano”. Aquellos eran los años en que, con unas independencias recién estrenadas, numerosos obispos y teólogos del continente empezaban a pedir un Concilio africano, idea que años después cristalizó (o fue secuestrada, dirían otros) en el Sínodo africano de 1994. Durante estas semanas, ante la visita de Benedicto XVI a Camerún y Angola en marzo, el tema vuelve a estar en el candelero.
A menudo se ha acusado a los misioneros de haber evangelizado a los africanos pasando por alto sus culturas, e incluso destruyéndolas. Creo que una afirmación de este tipo debería ser bastante matizada. Cuando se produjo la gran expansión misionera de la Iglesia en África, a finales del siglo XIX y principios del XX, los hombres y mujeres de aquella generación no podían sino trabajar con los parámetros culturales y eclesiales de su tiempo, que veían en aquellas culturas un paganismo nocivo. A pesar de ello, sería injusto acusar de prepotentes a quienes dejaban Europa para no volver casi nunca a su patria, morían jóvenes, víctimas de las enfermedades tropicales y -a pesar de todo- hicieron enormes esfuerzos por aprender las lenguas africanas, escribir gramáticas, libros de proverbios y estudiar las tradiciones de los pueblos con los que convivieron, ayudando a los nuevos cristianos a separar lo bueno de lo malo.
Porque, con todo el valor que se le quiera dar a cualquier cultura humana, tampoco se puede negar que en África no todo son valores positivos, y junto con la hospitalidad, el sentido espiritual y comunitario de la vida o el respeto a los ancianos, existen también realidades como el miedo a la hechicería, la fortísima presión social o la poligamia, que son importantes rémoras para el desarrollo, y el Evangelio tiene mucho que purificar en las tradiciones africanas. De lo contrario, se puede vender como inculturación, por ejemplo, formas que en el fondo no son sino clericalismos de la peor especie, como cuando en la misa se incluyen ritos y signos externos que presentan al sacerdote como un jefe absoluto. ¿Quién se atreverá a pedir cuentas a su párroco si todos los domingos entra en la iglesia vestido como un monarca precedido de un séquito de bailarines con lanzas y plumas?
Además, no se puede perder de vista que África sigue siendo el continente donde más abundan las guerras, los refugiados, las enfermedades, el comercio injusto y la pobreza. Una Iglesia cuya preocupación principal fueran los ropajes litúrgico o los tambores en misa se parecería al dueño de una casa que está absorto en la decoración de sus habitaciones mientras el tejado se incendia. Parece que la Iglesia ha caído en la cuenta de esto al haber elegido como tema para el segundo Sínodo africano -que se celebrará en octubre de este año- la justicia, paz y reconciliación.
Por eso pienso que la queja de los cristianos de aquella parroquia de Kitgum revela que una verdadera inculturación tiene mucho que ver con aspectos menos llamativos pero más de fondo, como por ejemplo que los laicos sientan que tienen en sus manos las responsabilidades de sus comunidades. Eso explica que se sintieran molestos cuando un buen día se encontraron en su iglesia con un Via Crucis congoleño que, por cierto, aquel párroco encargó traer de Alemania porque en la única tienda de objetos religiosos del país sólo se encontraban imágenes de Cristos blancos.
En el nº 2.650 de Vida Nueva.