(Alejandro Fernández Barrajón– Presidente de CONFER)
“Hay memorias históricas que matan porque refrescan la atmósfera de la muerte. Hay memorias históricas que rejuvenecen porque insisten en adentrarse en el paisaje de la vida y se convierten en un lifting para el alma”
Ha caído en mis manos un ejemplar de la prestigiosa revista National Geographic dedicada a la memoria. En ella encuentro una información, cuando menos curiosa, que habla de la hermana religiosa Loretta Semposki y su prodigiosa memoria. La hermana tiene 95 años, y conserva, para su edad, una memoria inusual que alcanza resultados muy altos en las pruebas anuales que realiza la Universidad de Kentucky. No es la única; 678 religiosas de la Escuela de las Hermanas de Notre Dame, nacidas antes de 1917, se han ofrecido para un estudio científico sobre la memoria y, además, han donado su cerebro para que, después de su muerte, los científicos sigan sus estudios sobre el envejecimiento saludable y el deterioro mental.
La hermana Loretta aparece en una foto de la revista contemplando el paisaje invernal rodeada de sus santos. Y a mí me da que la hermana Loretta se mantiene tan fresca de memoria no sólo porque es una lectora empedernida, sino también porque tiene memoria -memoria histórica- de que ha sido muy amada. Hay huellas que deja el amor en el paisaje otoñal del cerebro que nada ni nadie pueden borrar.
Hay memorias históricas que matan porque refrescan la atmósfera de la muerte. Hay memorias históricas que rejuvenecen porque insisten en adentrarse en el paisaje de la vida y se convierten en un lifting para el alma.
Ojalá el ejemplo de la hermana Loretta cundiera por estas lindes y pudiéramos hablar más de perdón, de presente compartido, de futuro iluminado donde cabemos todos. No sea que, a fuerza de abrir una y otra vez las heridas del pasado, terminen por no cicatrizar nunca.
En el nº 2.633 de Vida Nueva.