GINÉS GARCÍA BELTRÁN | Obispo de Guadix-Baza
“Benedicto XVI es la síntesis de sus antecesores. Con su sabiduría y su experiencia, nos descubre el carácter profético del Concilio…”.
La hermenéutica del Vaticano II es uno de los temas estrella al hablar de este acontecimiento. Los hay que hablan de hermenéutica de la “discontinuidad y de la ruptura” o “de la reforma de la continuidad”.
Según la RAE, hermenéutica es el “arte de interpretar textos y especialmente el de interpretar los textos sagrados”. Hablamos, por tanto, de la clave de lectura y de la aplicación del Concilio. No se trata solo de lo que los textos nos quieren decir, sino de la aplicación de los mismos a la vida de la Iglesia.
Podemos afirmar, con toda razón, que los papas de los últimos cincuenta años son los mejores intérpretes del Concilio, no solo por su magisterio, sino también por el testimonio de sus vidas.
Juan XXIII fue la inspiración. Puso las bases e invitó a la renovación en la fidelidad. Pablo VI fue el papa del Concilio y de su difícil primera aplicación. Tomó el timón del mismo y lo sostuvo, manteniéndose firme a pesar de las dificultades. Hemos de esperar a tener perspectiva histórica para que brille con luz propia la aportación de este papa.
Juan Pablo II nos recuerda que el Vaticano II es un don de Dios a su Iglesia. La profundidad de su fe y su pasión en el anuncio del Evangelio hacen posible una aplicación más sosegada del Concilio.
Benedicto XVI es la síntesis de sus antecesores. Con su sabiduría y su experiencia, nos descubre el carácter profético del Concilio y el valor que representa para un mundo que quiere prescindir de Dios.
En definitiva, los cuatros nos invitan a contemplar a Cristo, Señor de la Iglesia y verdadero centro de la enseñanza conciliar, y a trabajar en la hermosa tarea de la evangelización del mundo moderno.
En el nº 2.823 de Vida Nueva.