La Iglesia, carisma y estructura

Alberto Iniesta, obispo auxiliar emérito de MadridALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid

El papa Francisco ha convocado un Año de la Vida Consagrada, principalmente para dar gracias por los inmensos tesoros recibidos del pasado –sobre todo, en lo espiritual, pero también en lo artístico, cultural y material–; revisar y renovar lo mucho bueno del presente, y buscar lo nuevo del futuro, nuevas experiencias de Vida Consagrada para nuevas generaciones.

¿Qué sería de la Iglesia sin la Vida Consagrada? Siempre libres y siempre disponibles para la vida activa y la contemplativa, para servir a los más débiles en las periferias o adorar a Dios en los monasterios.

Solo en España, hay más de 45.000, cuidando niños y ancianos, enfermos de sida y marginados, residencias de minusválidos, etc. Cuando en los medios de comunicación aparece algún problema social, una guerra o una catástrofe natural, allí estaban ya, y cuando aquello no sea noticia, allí seguirán junto a la gente, entre los pobres y olvidados.

Pero también, ¿qué sería de la Vida Consagrada sin la institución de la Iglesia, fundada por Jesús con los Apóstoles y continuada por el Espíritu con los obispos? Con sus 114 conferencias episcopales como la española, la Iglesia envuelve el planeta como en una malla de amor pastoral. La pila bautismal de la más humilde parroquia sigue siendo la fuente de donde brotan todas las vocaciones y carismas.

Desde el último concilio, en barrios y pueblos de población numerosa, se busca el ideal de una parroquia que pueda ser comunidad de comunidades, de grupos y tendencias, de carismas y experiencias diferentes, viviendo y colaborando en diversidad y comunión.

Lógicamente, no se puede estar en todas partes, pero a la Vida Consagrada siempre le hace bien mantenerse lo más cerca posible de la casa madre, la parroquia territorial o la Iglesia Diocesana. A su vez, la Vida Consagrada puede aportar una gran vitalidad a la comunidad parroquial y diocesana.

En el nº 2.929 de Vida Nueva.

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