(Juan Provecho, OSA- Director de la Oficina de Información de la Conferencia Episcopal Checa) Todos los que hayan visitado Praga habrán podido contemplar una ciudad que rezuma religión por todo lugar. Más iglesias por metro cuadrado creo que sólo podemos encontrarlas en Roma. ‘La paradoja hecha realidad’ o ‘Todo habla, pero nadie escucha’ son algunos de los eslóganes que podrían definir la realidad religiosa de la República Checa, un país que abandonó el comunismo hace casi 20 años pero que todavía respira ideas de carácter laicista, donde la Iglesia y la fe tienen poco que decir por la falta de interés y por ser incapaces de ofrecer una mirada limpia hacia el futuro que intente superar el pasado.
Las cifras hablan por sí solas: la República Checa, después de la división con Eslovaquia en 1992, cuenta con algo más de 10 millones de habitantes. Los datos de los que disponemos son del censo de 2001 –que, aunque parezca un poco antiguo, sigue siendo actual, y positivo, para la Iglesia–. El 70% de la población no se considera de ninguna religión, es decir, que en cuestiones de fe no se manifiesta, no cree o bien tiene una fe ‘a su manera’ (son los que creen en “su Dios”, pero que no creen en la Iglesia como institución). El 30% restante son católicos (20-22%) o del resto de Iglesias, unas 16 (8-10%). Es notable también constatar que del 20% de los católicos –mejor, bautizados– sólo el 4% son practicantes, o sea, que van a misa al menos una vez por semana.
Este país ex comunista, el segundo más ateo de Europa (después de Albania) vive momentos nuevos y complicados en lo religioso. El checo está “orgulloso” de ser ateo, es parte de su historia el sentirse rebelde ante lo establecido. Los años del comunismo constituyen un capítulo aparte e interesante de su historia: años llenos de sufrimientos para la gente de Iglesia, una época donde se intentó destruir todo tipo de moral cristiana y religiosa, una época en la que practicar la religión no estaba prohibido, pero donde era un alto riesgo que no muchos estaban dispuestos a correr (llevar a catequesis a los hijos significaba, por ejemplo, que esos niños nunca iban a acceder a una formación universitaria), una época donde existían dos Iglesias paralelas: una “colaboracionista”, llamada pacem in terris, y una subterránea, que era de oposición. Pero no todo se explica desde el comunismo. En el Concilio de Constanza, en el siglo XV, fue condenado y quemado Juan Hus, reformador checo. Ahí ven los sociólogos checos el comienzo de todo el espíritu antirreligioso y “protestante” del pueblo checo.
Frente a todo esto, llama la atención la realidad de los pueblos ex comunistas de alrededor: la católica Polonia (en 2006, el 95,8% se considera católico) y la pequeña Eslovaquia, con el 84% de creyentes (el 69%, católicos practicantes).
Una presencia activa
La Iglesia católica se interesa por tener una presencia activa y real en una variedad de campos. Además del servicio litúrgico-pastoral –el más amplio–, comienza a abrirse a realidades como la educación, con algunas escuelas diocesanas y de congregaciones religiosas. En algunas diócesis hay programas de atención a las familias y se dan pasos para una presencia seria en el mundo de la salud. La pastoral juvenil, junto con el aspecto sociocaritativo, ocupan también un lugar importante.
Con todo, la Iglesia aún no ha sido capaz de superar la decepción que trajo consigo la libertad. Todos los que se consideran cristianos, pero, sobre todo, la jerarquía, esperaban muchas “conversiones” o vueltas a casa tras la caída del comunismo, y no fue así. La Iglesia sigue sin encontrar la dirección para ser signo que interrogue a ese grupo grande de ciudadanos que se declaran indiferentes frente a lo religioso. Un reto importante es presentar otra cara de la Iglesia, pues para la mayoría, es una institución muy conservadora, alejada de la realidad e interesada sólo en el dinero de la gente.
Por último, el Estado checo es el único país ex comunista que no ha terminado de dar una respuesta al problema de los bienes eclesiales confiscados durante el régimen comunista. El Gobierno de coalición de centroderecha ha preparado una ley, que actualmente se discute en el Parlamento, que solucionaría definitivamente el problema: las diócesis católicas y el resto de las Iglesias recibirán una compensación económica, renunciando a sus propiedades, y las órdenes y congregaciones religiosas recibirán la “restitución natural” de sus propiedades. La aprobación de esta ley daría comienzo de la deseada “independencia” entre ambas instituciones.