JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Se trata de un momento más para pedir perdón. Juan Pablo II, con motivo del Jubileo del año 2000, lo hizo, abrazado a los pies de un inmenso crucifijo. No vale decir que tampoco han pedido perdón quienes usaron la violencia ciega y el odio a la fe; el perdón es esencial y nuclear en esa fe por la que tantos murieron perdonando.
En la Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes, a comienzos de los años 70, hubo, en el texto final, una propuesta que no cuajó: “Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su palabra ya no está con nosotros. Así, pues, reconocemos humildemente y pedimos perdón porque no supimos a su tiempo ser verdaderos ministros de reconciliación en el pueblo dividido por una guerra entre hermanos”. La propuesta contó con el apoyo de más del 60% de la Asamblea, pero no valió porque se exigían los dos tercios de los sufragios.
Bien es verdad que esta actitud de gracia y perdón está ya muy generalizada y la Iglesia, de una u otra manera, ya ha venido siendo instrumento de paz y reconciliación. El acto de este domingo se ha cuidado con esmero para que sea un gesto más, una palabra más, un servicio más a la paz.
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- LA CRÓNICA DEL DIRECTOR: Recordando a los otros mártires aún no beatificados
En el nº 2.866 de Vida Nueva.
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