JOSÉ Mª RODRÍGUEZ OLAIZOLA | Sociólogo jesuita
“Me inclino por señalar un aspecto de la vida de la Iglesia que normalmente pasa desapercibido y, sin embargo, forma parte de su realidad más constante, y es su dedicación a los más heridos, los pobres, los fracasados”.
Se me propone que señale algo destacado en la acción de la Iglesia este año. Y, como no puede ser de otro modo, lo primero que me brota es la JMJ.
Habrá quien haga lecturas de todo tipo. Habrá quien aplauda, entusiasmado, la respuesta y el éxito. Y quien haga una mueca de disgusto, sospechando de masividades y gregarismos. Y, en el medio, como de costumbre, una gran mayoría de personas que ven luces y sombras. En mi caso, veo bastantes luces y alguna que otra sombra.
Pero no es este el momento de ese análisis. De hecho, aunque, como digo, es lo primero que me viene a la cabeza, intento ir más allá y buscar algo que no sea JMJ.
Los escándalos vinculados al clero por los abusos a menores en distintos países han seguido sazonando la prensa, aunque con menor insistencia que en años anteriores. Pero tampoco creo que esa sea la noticia, por más que haya sido una realidad tan dolorosa y una llamada tan seria a la purificación.
No ha habido ninguna encíclica o documento tan relevante como para convertirlo en elemento más destacado. ¿Alguna figura, tal vez? Seguramente, habrá quien considere que la beatificación de Juan Pablo II puede ser ese evento significativo, dada la relevancia que la memoria del anterior Pontífice tiene en millones de católicos en el mundo. ¿Acaso algún viaje de Benedicto XVI ha tenido tanta trascendencia como para copar titulares? ¿Algún sínodo? No parece que venga a la memoria algo tan llamativo durante este 2011 que termina.
Me inclino por señalar un aspecto de la vida de la Iglesia que normalmente pasa desapercibido y, sin embargo, forma parte de su realidad más constante, y es su dedicación a los más heridos, los pobres, los fracasados. En este tiempo de crisis económica, la Iglesia está siendo la tabla de salvación de infinidad de personas.
Cuando los servicios sociales han agotado sus recursos, derivan a la gente hacia las oficinas de Cáritas diocesana o hacia otras instituciones llevadas por gentes de Iglesia. No faltan iniciativas en las que grupos eclesiales tratan de ayudar a las personas que viven en situaciones críticas a paliar, en la medida de lo posible, los efectos de esta crisis que se lleva por delante sueños y esperanzas.
Gente que, sin hacerse notar, atiende comedores sociales, roperos, que busca dinero con el que otras personas podrán pagar, una vez más, el alquiler. Gente que promueve iniciativas que puedan durar. Gente que se bandea entre lo asistencial y lo estructural, tratando de ayudar a restañar las heridas que esta crisis abre en las vidas de los más vulnerables.
Son muchas las iniciativas. Muchas las personas, y desde el silencio, un clamor real que habla de fraternidad.
En el nº 2.782 de Vida Nueva. Número especial Navidad–Fin de año 2011