VÍCTOR MANUEL FERNÁNDEZ, arzobispo titular de Tiburnia
La Conferencia de obispos latinoamericanos de Aparecida (2007) fue un hito importante en la historia eclesial y pastoral del cardenal Jorge Bergoglio. Él tenía conciencia de que, a partir de la anterior Conferencia de Santo Domingo (1992), donde el clima no había sido de amplia libertad y participación, estas conferencias podían desaparecer. Con ellas, moriría también esa conciencia feliz y estimulante de una Iglesia latinoamericana que había brillado en Medellín (1968) y en Puebla (1979).
Algunos católicos europeos no tenían pudor alguno cuando expresaban que en América Latina no hay solidez doctrinal, no hay pensamiento, no hay maduración, hasta el punto de que consideraban imposible que un papa pudiera surgir de estos países. Lo han dicho periodistas católicos italianos e, incluso, algunos cardenales, tanto conservadores como progresistas. Expresaron elegantemente que no se puede archivar toda la filosofía y toda la teología que Europa ha creado, y que cualquier papa debe tener como base esa cultura europea. Hasta hemos leído opinar casi con asco que es imposible pensar que se pueda construir la teología de la Iglesia desde corrientes africanas o latinoamericanas.
Esto expresa una autoconciencia europea de matriz endogámica, imperial y excluyente. Desde ese punto de vista, es difícil que se valoren las conferencias desarrolladas en América Latina, y siempre se insistirá en la necesidad de controlarlas e “iluminarlas” con un pensamiento más “sólido”.
Sabemos, en cambio, que Bergoglio ama la figura del poliedro, donde la unidad universal mantiene las riquezas particulares y necesita de ellas, a diferencia de la esfera, donde esas particularidades desaparecen. Por eso, para él era un gran mal de la Iglesia que desde Europa no se valorara la riqueza local, la creatividad y los valores propios, y no se alentara su libre desarrollo.
Bergoglio supo dar nueva vida a la
autoconciencia latinoamericana en Aparecida,
Sin duda, le había pedido ayuda a Nuestra Señora.
Eso explica su interés en visitar nuevamente el lugar,
seguramente para pedirle a la Virgen
que lo acompañe en su nueva misión.
Bergoglio supo dar nueva vida a la autoconciencia latinoamericana en Aparecida, y para ello creó un ambiente de intensa participación. Sin duda, le había pedido ayuda a Nuestra Señora de Aparecida, dejándose contagiar por la devoción de los peregrinos que llegaban constantemente al Santuario. Eso explica su interés en visitar nuevamente el lugar, seguramente para pedirle a la Virgen que lo acompañe en orden a superar los desafíos que encuentra en su nueva misión.
También fue, como expresó en su homilía en el santuario, “a poner a sus pies la vida del pueblo latinoamericano” y a pedir para que la Iglesia ayude a crear “un mundo más justo, solidario y fraterno”.
Aparecida puso un fuerte acento en una Iglesia misionera, capaz de salir de sí hacia los demás. Por eso el Documento de Aparecida dice expresamente: “La misión es inseparable del discipulado, por lo cual no debe entenderse como una etapa posterior a la formación” (DA 278e). Encerrado en sí mismo, el discípulo se seca y se muere. A partir de Aparecida, Bergoglio comenzó a poner un fuerte acento en este ideal de una Iglesia “en salida”, que evite la autorreferencialidad. Es, precisamente, un punto destacado en las palabras que dijo a los cardenales en el último cónclave.
Otro tema de Aparecida es una de las cuestiones más características del pensamiento pastoral de Jorge Bergoglio: la Iglesia es el pueblo de Dios, todo el pueblo de Dios. Allí los pobres son también sujetos, activos y creativos, con voz y sabiduría propia. En su homilía en el Santuario de Aparecida, en la jornada del día 24, dijo que el Documento de Aparecida nació “de esa urdimbre entre el trabajo de los pastores y la fe sencilla de los peregrinos”.
Hay un párrafo de Aparecida, referido a los pobres, que marca la diferencia en cuanto a un estilo concreto de opción por ellos: “Se nos pide dedicar tiempo a los pobres, prestarles una amable atención, escucharlos con interés… Solo la cercanía que nos hace amigos nos permite apreciar profundamente los valores de los pobres de hoy” (DA 397-398). No son puras palabras. Es la actitud que vemos constantemente en sus propios gestos.
En el nº 2.859 de Vida Nueva