Pekín no consigue limpiar la imagen de un país que no respeta los derechos de sus ciudadanos
(José Carlos Rodríguez) El recorrido de la antorcha olímpica está resultando algo muy distinto a lo que los dirigentes chinos llamaron “viaje de paz y armonía”. Y es que hace mucho tiempo que los Juegos Olímpicos (JJOO) dejaron de ser un acontecimiento puramente deportivo. El país a quien ha caído en suerte organizarlos tiene buen cuidado de aprovecharlos para promover su buena imagen internacional. Pero en el caso de China, esto está resultando mucho más complicado.
Desde que aspiraba a organizarlos en 2001, el régimen de Pekín ha invertido grandes cantidades de dinero en empresas de comunicación, pero con miles de disidentes encarcelados, la reciente revuelta en Tibet y su apoyo a Sudán en la crisis de Darfur, ni la mejor estrategia comercial consigue vender un producto defectuoso. El gran evento pone a su país organizador en el centro de la atención mundial para bien y para mal. Y en el caso de China, la luz bajo la que los JJOO la han situado muestra un panorama pésimo: miles de presos políticos y de personas ejecutadas cada año, además de trabajo infantil y de millones de trabajadores sin derechos sindicales, circunstancias que le han hecho posible convertirse en la potencia económica que es hoy.
Las clamorosas protestas que acompañaron a la antorcha olímpica a su paso por Londres, París y San Francisco nos han recordado estos abusos, aunque se hayan centrado más en la represión de China contra Tibet. A su paso por la capital británica el pasado 6 de abril la policía no tuvo más remedio que hacer entrar la antorcha en un autobús para escapar a las iras de unos 2.000 manifestantes. Hubo 35 detenidos. Al día siguiente, en París, las protestas lograron apagar la antorcha en dos ocasiones, a pesar del despliegue de unos 3.000 agentes.
Que el fuego sagrado se convertiría en el centro del clamor contra China es algo que ya se vio desde el momento en que fue encendida en Olimpia (Grecia) el 24 de marzo, cuando activistas pro-derechos humanos consiguieron desplegar elocuentes pancartas en las que cinco esposas policiales reemplazaban a los cinco aros olímpicos. Una semana después, el despliegue de seguridad en un perímetro de un kilómetro alrededor de la Plaza de Tiannamen en Pekín impidió nuevos incidentes. De allí salió la antorcha rumbo a otros 21 países de los cinco continentes, un recorrido accidentado que terminará en Macao (China) el próximo 3 de mayo, desde donde será llevada por otros lugares del país anfitrión durante tres meses hasta que llegue a Pekín para la ceremonia de apertura el 8 de agosto.
Represión en Tibet
Las protestas contra China se centran, sobre todo, en su reciente represión en Tíbet el pasado marzo. Según el régimen comunista sólo murieron 21 personas: 18 chinos linchados por manifestantes y tres tibetanos. Pero el Gobierno tibetano en el exilio eleva la cifra de fallecidos a 140, a los que habría que sumar los desaparecidos en la represión. También la reciente condena a cuatro años de cárcel impuesta a primeros de este mes al famoso disidente Hu Jia ha dado a los activistas más motivos. Mucho menos se oye hablar estos días del papel de China en Darfur, donde Sudán actúa con impunidad gracias al apoyo de su poderoso amigo asiático, aunque el año pasado un nutrido grupo de ONG y personajes célebres, como el director de cine Steven Spielberg, llegaron a calificar el evento deportivo de Pekín 2008 como “los Juegos Olímpicos del genocidio”.
Precisamente, el papel de China en Darfur ha servido para que la aspirante demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Hillary Clinton, pida a George W. Bush que no asista a la ceremonia de inauguración en Pekín. Quien sí ha dejado la puerta abierta a no asistir ha sido el presidente francés Nicolás Sarkozy, aunque con calculada ambigüedad, dado que los Juegos comenzarán cuando Francia asuma la presidencia rotativa de la Unión Europea. El Dalai Lama, líder espiritual del Tibet, a quien China acusa de estar detrás de las protestas, ha manifestado que no está a favor del boicoteo.
LA SOMBRA DEL BOICOT
Las discordias de origen político ya han acompañado a los Juegos Olímpicos en otras ocasiones. Ocurrió en México en 1968, en Munich en 1972 –cuando activistas palestinos mataron a 11 atletas israelíes– y, sobre todo, en las Olimpiadas de Moscú en 1980, boicoteadas por 62 países en protesta por la invasión soviética de Afganistán.
A los cuatro años, la desaparecida URSS y los países el bloque del Este pagaron a Estados Unidos con la misma moneda negándose a participar en los Juegos de Los Ángeles. En todo caso, es la primera vez que las protestas se producen durante y contra el recorrido de la antorcha olímpica hacia la sede del evento”, según reconoció Anthony Bijkerk, secretario general de la Sociedad Internacional de Historiadores de los JJOO.