Ramon Prat i Pons | Vicario general de la Diócesis de Lleida y director del IREL
“Cuando la agresión verbal es frecuente, termina por ensuciar el ambiente…”
Uno de los males corrosivos de nuestra sociedad es la facilidad con la que juzgamos a los demás y hacemos una caricatura. Cuando lo que afirmamos corresponde a una cierta realidad, se llama murmuración. Cuando es falso, lo llamamos calumnia. La calumnia no tiene justificación, pero hay gente que piensa que murmurar es correcto. Sin embargo, afirmar y subrayar los errores de los demás tampoco se puede justificar en la mayoría de situaciones, porque a menudo no disponemos de toda la información y, entonces, la frontera entre calumnia y murmuración se desdibuja. Por ello, más que hablar en términos teóricos, hay que hablar de los celos, la envidia y la rumorología, caldo de cultivo de la murmuración y la calumnia.
Esta enfermedad social afecta a las personas, pero también a instituciones sociales, económicas, políticas, culturales e, incluso, religiosas. Se puede decir que es peor la agresión física, pero, a largo plazo, no se pueden separar demasiado la una de la otra.
La agresión verbal nace del corazón de la persona, ensucia el ambiente y acaba por incrustarse en las estructuras. He observado que las personas que agreden verbalmente a menudo suelen ser gente poco evolucionada, con una imagen propia más bien baja, que huye de su debilidad personal y de sus contradicciones. La gente inteligente, normalmente, se dedica a construir y crear, lo que los aleja de perder el tiempo y hacerlo perder a los demás, poniéndose en su vida.
Cuando la agresión verbal es frecuente, termina por ensuciar el ambiente y, entonces, bloquea la paz, la solidaridad y la armonía, porque se debe tener mucha personalidad para no entrar en el juego sucio. Sin embargo, la gente más madura, crítica y evolucionada no entra nunca en esta patología, porque sabe muy bien que la agresión verbal empieza por hacer daño a los demás, pero acaba por volverse contra uno mismo.
Las instituciones sociales tampoco escapan de esta trampa. Si observamos el universo económico, político y cultural, nos damos cuenta fácilmente de que, en general, no se habla bien de los demás y, en cambio, se magnifican sus contradicciones o se hacen correr rumores falsos y corrosivos. Esta práctica social también es un signo de debilidad y de falta de horizonte comunitario.
En el interior de la Iglesia, como ha destacado más de una vez el papa Francisco, también se practican la envidia, los celos, la rumorología, la murmuración e, incluso, la calumnia. En este caso, la rumorología y la calumnia escandalizan aún más y hacen mucho daño al cristianismo; porque el Evangelio, además de la exigencia de no hacer daño a nadie, propone el amor a todos, incluso a los enemigos. Debo confesar, como miembro de la Iglesia, que los celos, la envidia y la rumorología son de las cosas que más me han decepcionado a lo largo de la vida. De todos modos, debemos añadir que, cuando se trata de la calumnia, es aún mucho más grave, porque calumniar a una persona, de alguna manera, es asesinar su dignidad humana.
Reaccionar con decisión
Si queremos tener futuro, debemos reaccionar con decisión contra esta enfermedad social, porque, al tiempo que iremos liberando a la sociedad, nos iremos liberando a nosotros mismos. La eliminación de la envidia, los celos y la rumorología nos permite vivir mucho más felices: cuando estamos solos con nosotros mismos, porque nos hemos liberado de una enfermedad corrosiva; y porque también nos permite mantener unas relaciones sociales mucho más gratificantes en el trabajo, con la familia, los amigos, los vecinos, etc.
Hay que hacer una campaña de vacunación contra los celos, la envidia, la rumorología –y no digamos contra la calumnia–, porque es una de las condiciones de posibilidad para regenerar la política en su tarea de construir una sociedad habitable. Sueño el día en el que los partidos políticos, al tiempo que ejercen firmemente su función crítica sobre los otros partidos, tengan la categoría de valorar positivamente sus aciertos. Este cambio de actitud no sería un signo de debilidad, sino de poder.
Sin embargo, donde creo que debe haber un cambio sustancial más grande, para lograr la credibilidad necesaria para la transmisión del mensaje cristiano, es en la Iglesia. Su objetivo es alcanzar la fraternidad de toda la humanidad, lo cual se concreta en el servicio a todos los seres humanos, pero, en particular, en la vivencia de la fraternidad dentro de la comunidad cristiana. Sueño el día en el que las comunidades cristianas vivan unidas, se ayuden unas a otras y estén siempre al servicio de todos.
La pregunta es: ¿cómo hacer una campaña general para superar la violencia verbal y la rumorología en el interior de cada uno, en el ambiente social y en las instituciones económicas, políticas, culturales y religiosas? ¿Por qué no empezar esta campaña hoy mismo
En el nº 2.921 de Vida Nueva